César Romero

La máquina de trovar

09 de enero 2025 - 03:00

Entre los objetos personales mostrados en la exitosa exposición Los Machado. Retrato de familia, con libros dedicados, cartas manuscritas, viejas carteras y pitilleras de piel, gafas, algún salvoconducto, etc., pocos tan emocionantes como los dos bastones de los hermanos Machado erguidos en paralelo en una vitrina, bastones de dos personas a quienes la Guerra Civil envejeció tanto que no llegaron a viejos. El regusto amargo que deja el capítulo final de sus vidas, alejados por la muerte pero, como tantas otras familias españolas, unidos por la irrenunciable fraternidad, se dulcificaba, con acierto, al final de la exposición con la máquina de trovar, ese invento de Antonio que invitaba al visitante a jugar a ser poeta. Iba buscando tres palabras para ponerla a prueba, palabras que tuvieran poco que ver (oda, laca, trama). Tres o cuatro lolitas, con sus uniformes escolares y el pavo de la edad, iban proponiendo sus tres palabras cada una mientras su maestra las grababa recitando el soneto que la máquina componía a partir de ellas, así que desistí: mejor dejarlas viviendo el que será un recuerdo recurrente cuando se junten dentro de muchos años en reuniones de antiguas alumnas.

El éxito arrollador de esta exposición hay que anotarlo, en primer lugar, a la atención que los medios de comunicación le han prestado. En Sevilla hubo muestras similares, en temática y contenido, sin tal difusión. Que Alfonso Guerra haya sido su comisario ha atraído los focos de la prensa, creando unas expectativas inusuales en este tipo de eventos. Casi ningún medio sevillano ha dejado sin entrevistar al viejo político. Que el Rey viniera a inaugurarla dio un segundo empujón. Y el lugar de celebración, la Real Fábrica de Artillería, edificio antiguo recuperado para la ciudad, quizá haya movido a algunos a acercarse, atraídos más por la novelería de comprobar cómo quedan lugares que forman parte de su memoria personal que por poetas cuya obra sólo recuerden por alguna canción de Serrat.

Y por último los Machado. De las tres cumbres poéticas sevillanas, con ninguna se identifica tan completamente Sevilla como con ellos. Bécquer es, pese a su triste romanticismo, poesía eres tú y rimas consonantes, carne de tópico del que vivimos pero rehuimos. Cernuda es el sevillano que rompe con la ciudad, aunque la añore. Manuel no adjetiva a Sevilla en su célebre poema “Andalucía” y Antonio quiso una Sevilla sin sevillanos: son la dualidad, tan común, de amar y odiar a su ciudad, una ciudad fría y jacarandosa, a la vez. Quizá nadie la represente mejor que los Machado. Ahí puede que resida parte del éxito de la muestra. Y también, tal vez, en otra dualidad menos local, más española: ahora que se subraya lo que nos separa, puede que muchos visitantes hayan preferido celebrar cuánto nos une, esa fraternidad hispana que ni una guerra pudo romper entre hermanos poetas y que políticos torticeros andan torpedeando desde hace ya demasiado tiempo.

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