La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Dime qué lees y te diré qué opinas. El Consejo de Ministros ha dado luz verde al Plan de Acción por la Democracia con 31 medidas y tres ejes: mejorar la calidad de la información de las instituciones públicas; fortalecer la transparencia, pluralidad y responsabilidad de los medios “para garantizar una información veraz” y reforzar la transparencia del poder legislativo y el sistema electoral. Así contado, si nos quedamos en la superficie de las aspiraciones democráticas, no suena mal. Es la música del polémico proyecto que llega a la opinión pública cinco meses después de los famosos cinco días de reflexión del presidente cuando amagó con quedarse en casa indignado por la actuación del juez Peinado contra su mujer. Les recuerdo: el caso Begoña Gómez y la batalla contra los “pseudomedios” y la “máquina del fango”.
Sin este punto de partida, y sin este contexto que parece responder más al tono de un mitin que a una sesión parlamentaria, es difícil analizar con rigor el trasfondo y las implicaciones del plan. Porque el ruido tiene que ver con posicionamientos de partida y con intereses y puntos de vista sectoriales y particulares.
Sin embargo, deberíamos admitir como simples ciudadanos que estamos en un momento de deriva y desconfianza mediática y política (con Donald Trump a la cabeza preocupado porque los inmigrantes se comen las mascotas de los estadounidenses) en la que perdemos todos.
Treinta medidas dan para un suplemento. Más aún cuando estamos en el primer escalón del proyecto con un recorrido todavía muy frágil y abierto. Pero hay cuestiones concretas que podríamos valorar en una primera lectura: sí a la transparencia, siempre, ineludible cuando hablamos de los fondos públicos, sí a obligar a nuestros políticos a debatir sus propuestas electorales sin dejar sillas vacías, sí a poner coto a quienes intoxican y manipulan revestidos de medios de comunicación, sí a aumentar el control sobre los cargos públicos, sí a garantizar la protección de las fuentes y el pluralismo informativo, mejor la “autorregulación” contra los bulos que la imposición de una verdad… Es un jardín, sí. Y no conoceremos las implicaciones hasta que empecemos a saber cómo se llevará a cabo, quién lo hará y con qué instrumentos. Pero hay algo claro, la máquina del fango, a cualquier escala, es un virus contra la democracia y, al otro lado, hay que defender (con firmeza) el periodismo. El honesto y profesional.
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