¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
‘Los Machado’: 45.000 visitantes
Ahora que las televisiones, desde “nuestra” TVE hasta la más remota de las plataformas de pago, ignoran olímpicamente, nunca mejor dicho que ahora, nuestra Navidad tradicional, nos refugiamos en el recuerdo y en la reivindicación de la misma, que es como la reivindicación de la monarquía de Felipe VI aunque uno sea republicano, dado el medio ambiente sociopolítico que respiramos.
La Navidad para mí comenzaba cuando mi padre, que todos los años a principios de diciembre tenía que viajar por trabajo a Estepa, se presentaba en casa con una inmensa caja de mantecados y polvorones El Mesías. Me encantaba destapar aquel cofre de las maravillas para descubrir si ese año traía un juego de parchís o un calendario con la Virgen. Perfectamente alineados, envueltos en suave papel, mantecados de almendra, de limón, de chocolate y coco, que nadie quería, polvorones, de los que mi padre se llevaba dos o tres en los bolsillos de la americana “para luego”, decía, roscos de vino, los favoritos de mi abuela, y alfajores, estos, como el coco, tampoco tenían mucho éxito.
En el mueble bar sacado a dita en Vivas Hermanos, para que sustituyera al viejo aparador del comedor, no faltaban las botellas de Fundador, Calisay, peppermint, Ponche Soto, Cointreau, Castellana dulce o Anís del Mono seco y, una modernidad, Marie Brizard. Anís era cursi; aguardiente, lo nuestro. Aunque lo obrero, lo del chorro en el carajillo mañanero, entrando echando vaho por la boca en la barra del bar, con serrín en el suelo, con el molinillo de café sonando y el aroma desprendido de la Magnetti Marelli mezclado con el humo de Celtas y Ducados, era pedirlo por su nombre: Un Machaquito, que es de Rute (Córdoba); un Arenas (Zalamea la Real) o La Hormiga (Almonaster) ambos de Huelva; un El Clavel de Cazalla de la Sierra o Los Hermanos, el fantástico anís de Carmona. Si no iba en el carajillo, a pelo, en vasito pequeño o en esas copitas con la raya roja, señal inequívoca de hasta aquí llegamos.
Antes de la generalización de la televisión, que nos embelesó a todos para terminar con las conversaciones familiares, estaba la juntiña de vecinas en la camilla de la salita o del comedor, con el brasero calentando las pantorrillas. Sobre la mesa la fuente con los mantecados, con peladillas, con pestiños si alguna se había animado a hacerlos y sobre el tapete un parchís o unas cartas para jugar al cinquillo, a perra gorda o a peseta la partida. No había inundación de absurdas felicitaciones y memes por WhatsApp, de hecho, apenas nadie tenía ni siquiera teléfono fijo. Había unas bonitas postales de cartulina escritas a mano, donde el que te la enviaba, se había acordado de ti para escribir de su puño y letra y ponerle un sello de correos a la carta. Ahora es que ni sabemos el domicilio postal de los demás.
Solo nos quedan los Reyes Magos que, después de las tonterías de los telediarios dándonos la localización por radar del trineo del gordo de rojo, son objeto de efímera atención por parte de los medios, ya que, al fin y al cabo, sus Majestades permiten enlazar, sin solución de continuidad, ese espíritu de consumismo capitalista que, desde Halloween, pasando por el Black Friday y Papá Noel, llegan a las rebajas de enero.
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