¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El espectro de Paulina Crusat
Opinión
Estamos aquí para decir que queremos recuperar el Betis de nuestra infancia, decía el manifiesto leído ayer en la Plaza Nueva. De mi infancia guardo el recuerdo de otra manifestación originada por un presidente bético, pero por motivos completamente opuestos. Al legendario Benito Villamarín, presidente de 1955 a 1965, le detectaron un cáncer durante la temporada 1960-61 y empezó a ir a Boston para tratarse. A la vuelta de un viaje, antes de empezar el partido, cuando Villamarín salió al palco saltó al campo un nutrido grupo de aficionados con unas pancartas y el estadio entero de pie tributó una ovación larga y calurosa a su presidente.
¡Yo estaba allí! Era un niño que no entendía muy bien lo que pasaba. Me explicaron que el presidente estaba enfermo y que había ido a Estados Unidos a curarse y que los béticos querían demostrarle su cariño. No recuerdo la fecha precisa, ni las pancartas, ni los gritos. Pero me acuerdo perfectamente de dos cosas: todo el mundo aplaudió y todo el mundo se emocionó. Todo el mundo. La suerte de Villamarín no dejó indiferente a nadie aquella tarde en Heliópolis.
Cuando anoche se pidió a los manifestantes que recuerden cuando pasen los años que estuvieron allí, mi primera reacción fue evocar la diferencia entre un acto y el otro. Qué distinto era aquel sentimiento de respeto de hace medio siglo, comparado con el desprecio hacia el presidente actual. Bueno, ya saben, presidente, consejero delegado, dueño de la mayoritaria o quien usurpó el nombre de Villamarín. El dirigente que rebautizó el estadio no puede presumir de tener el aprecio que la afición de mi infancia le tenía a don Benito.
Aquí hay muchas responsabilidades, no sólo la de Ruiz de Lopera. A este hombre se le han reído muchas gracias y se le ha consentido que hiciera del Betis una finca particular. Al principio pensé que la famosa frase “lo que diga don Manuel” era un sarcasmo para tomarle el pelo, hasta que descubrí que tenía una masa de seguidores fieles. Y ciegos. En fin, nunca es tarde para rectificar. Y hay más culpas: el Gobierno que primero privatizó los clubes y luego hizo los planes de saneamiento, las autoridades que no han fiscalizado las cuentas, los jueces que han eternizado los procedimientos. Y ahora tenemos un problema social. Un señor que es el dueño de un patrimonio inmaterial de Sevilla.
Comparto lo que se dijo anoche: el Betis es mucho más que un negocio, más que una trama de empresas y más que una persona. El Betis no tiene dueño. Siempre se dijo que las dos ilusiones de la vida de este hombre eran ser presidente del Betis y hermano mayor del Gran Poder. Lo segundo, como es por elección, no lo conseguirá nunca. Lo primero, si fuese por la voluntad popular, lo dejaría de ser de inmediato. Pero dudo que él lo entienda.
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