Mágico engaño

05 de enero 2025 - 03:08

Es a eso de los ocho o nueve años cuando la inocencia de estar ciertos de que existen los Reyes Magos se esfuma, aunque ya viniera uno barruntando la mágica y dulce trama que los mayores urdían y escenificaban, y que el niño se negaba a reconocer poco antes de ese rito de paso que marca una primera transición de un estado de la vida a otro distinto. El descubrimiento podía ser desolador y, para algunos, algo humillante si venía de la mano de un primo, o de un listillo del colegio, el pueblo o el barrio. Pero para muchos niños era al contrario. Un timbre de orgullo: “Ya soy un niño mayor”. En fin, ningún chiquillo desavisado va a perder tal forma de virginidad por estas palabras que aquí quedan escritas, así que nos recordaremos que los Reyes delegan en los padres, los abuelos, los padrinos y tíos; otros allegados. Si el testimonio sirve de algo, cuando vine a saberlo por, lo dicho, un tierno espabiladillo, yo me pillé un rebote de padre y muy señor mío, y me tiré una tarde ofuscadísimo debajo del tocador del dormitorio de mis padres, que apenas un año antes ocupaba sólo mi madre. El cabreo era multicolor. Uno de los colores era el de la vergüenza de haber sido engañado sin yo percatarme ni por asomo. Pequeña soberbia.

La Cabalgata me parece algo muy bonito, pero nunca le he sido fan, en absoluto: no me lo tomen a mal, usted también tendrá sus cosillas. No así la mañana siguiente, en la que en la sala de estar encontrábamos los regalos de unos y de otros; en nuestro caso –siete boomers de manual–, no faltaban algunos compartidos: una bici azul Peugeot –todo un bastinazo– para tres hermanos. Nos la birlaron apenas unos días después, en nuestras mismas narices. Otro trauma para la saca.

Yo siempre espero en estas páginas el artículo de Carlos Colón sobre los Reyes Magos. Apuesto mis calcetines nuevos a que mi egregio compañero nunca diría eso de que los Reyes son –glup– los padres. Rarito o, si me permiten que me defienda, singular que es uno, a pesar del empacho y el desdén por las excesivas “navidades” que unen el Black Friday con las rebajas de enero, me sigo poniéndo ojiplático –y algo cabreado, ya ven que la cosa fue seria– cuando cada año veo que unos señores prósperos y rumbosos hacen de Magos. Para colmo de tejemaneje, este año, en algunas localidades donde daban lluvia para el 5 de enero, el desfile se trasladó a ayer. La inocencia puede con eso y con más. Pero me temo que el regusto para muchas madres y muchos padres será agridulce: en algún recóndito edén de la memoria está el niño que fuimos.

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