La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La felicidad de Sevilla
Una de las grandes falsedades (o bulos o fakes, como les gusta decir ahora a los noveleros) de los últimos tiempos es aquella que afirma que en la Transición hubo un pacto de silencio para no hablar de la Guerra Civil y sus consecuencias. Es, sencillamente, una patraña. El mercado editorial de aquellos años estaba lleno de novedades historiográficas, memorias, ensayos, etcétera sobre el conflicto. Prácticamente no quedó ningún sobreviviente de relevancia que no dejase su testimonio por escrito. Bien lo supo el gran editor sevillano José Manuel Lara. También las revistas de divulgación, como Historia y Vida e Historia 16, estaban plagadas de artículos sobre aquellos terribles años vistos desde los ángulos más diversos e, incluso, anecdóticos. La gran diferencia con lo que empezó a ocurrir a partir de Zapatero y su Ley de Memoria es que, antaño, no se usaba la Historia como arma arrojadiza entre españoles ni como una herramienta de manipulación política, sino como una magister vitae que nos podía enseñar los caminos que nunca se debían volver a transitar. Como un lugar más para la reconciliación.
Algo de este espíritu historiográfico de la Transición tiene la exposición Los Machado. Retrato de una familia, uno de los grandes acontecimientos culturales de Sevilla en los últimos tiempos. No ha sido casualidad que su comisario, Alfonso Guerra, fuese uno de los hombres más importantes y decisivos en aquellos años de la llegada de la Democracia a España; ni que la coordinación recayese en la escritora y periodista Eva Díaz Pérez; ni que al frente de la Real Academia de Buenas Letras (entidad impulsora de la exposición) esté el notario Pablo Gutiérrez-Alviz... Del diálogo entre tres personas de generaciones, formación y sensibilidades distintas sólo podía salir esta reivindicación de los Machado, no como epítome de las dos Españas, sino como espejo de una fraternidad que fue más allá de la muerte y las diferencias políticas, aunque con los demonios propios de todas las familias y las cicatrices que inevitablemente deja la historia.
Me entero de que la exposición, que aún se puede ver hoy (última oportunidad) ha rozado los 45.000 visitantes, lo que deja claras dos cosas: que los Machado siguen siendo dos grandes poetas leídos y admirados y que el público ha valorado el enfoque de los organizadores, un enfoque que ha huido del sectarismo, del frentismo y de la politización. Los Machado, que no fueron ángeles y que vivieron las pasiones del momento que les tocó vivir con más o menos acierto, quedan hoy como un símbolo de la mejor España de entonces y ahora.
También te puede interesar
Lo último