La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Somos frágiles, también en Sevilla
La aldaba
En Sevilla falta una academia de la lluvia para estudiar el poder que tienen los días pasados por agua de limpiar, fijar y dar esplendor a la ciudad. Se pone a llover y da gusto pasear por las calle si no fuera porque se empapan los bajos de los pantalones. Hay muchos menos veladores en estos días de escopeta y perro, hay sitio en las barras de todos los bares, se respira mucho mejor, no hay colas en los restaurantes recomendados en los portales de internet y la Catedral es una montaña hueca que aparece todavía más realzada en el paisaje. Hay que fundar una academia de la lluvia de las que promueva estudios y no vanidades de chichinabo para que los señores de siempre amorticen los tiros largos. En la academia de la lluvia entrarán quienes de verdad se preocupan por la escasez que sufrimos periódicamente, estudiosos serios, incluso algunos políticos como Arturo Bernal que hacen el seguimiento de la pluviometría y publica en las redes sociales sus cálculos sobre cuántos días cárdenos tenemos que vivir para salir de la amenaza de restricciones. En esta ciudad sobra vanidad y hace falta más lluvia que limpie las calles, los ambientes y la red del alcantarillado. Queremos más pantanos y más gárgolas escupiendo agua. ¡Cuánto luchó la alcaldesa Soledad por la presa de Melonares que de tantos apuros nos ha sacado y ya, ay, nadie se acuerda!
Claro, las políticas hídricas requieren ese medio y largo plazo que casa muy mal con el cortoplacismo, el fango y la ideología de atrezo. Un balón de oro merecería el gobierno de la ciudad que reivindicara con éxito otro pantano. Pero aquí ni túneles en la SE-40, ni conexión ferroviaria con el aeropuerto, ni tranvía hasta Santa Justa, ni la Cartuja volcada en la innovación. Que al menos llueva y no deje de llover durante muchos días para que las calles recuperen la serenidad perdida y tengamos un verano tranquilo y con menor riesgo de incendios forestales. Que llueva hasta que tengamos los pies empapochaos como una torrija en estos mediodías y tardes de noche cerrada. Menos misiles y más pavías de bacalao, proclamaba El Pali. Más agua y menos chiripitifláuticos, podríamos demandar ahora. Con la lluvia se quedan las imágenes sagradas en sus templos, se suspenden muchos actos civiles improductivos y la gente se reencuentra con sus hogares. ¿Merece o no la lluvia una academia de las de verdad? Sin pelmazos de fotos que a nadie interesan, sin ceremonias ridículas donde unos lucen emperifollados y otros con el cuello abierto, sin medalleo del que regalan con las chocolatinas. ¡Agua para los campos y agua para la ciudad que quita los ácaros y los personajes de pergamino!
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