Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Opinión
EL Guadalquivir tuvo desde la primera mitad del siglo XIX hasta mediados del XX un gran protagonismo para las comunicaciones fluviales de pasajeros entre las diversas localidades de su estuario, tomando como base de partida y llegada la calle Betis y Bajo de Guía, respectivamente.
Aunque ya desde el siglo XVI, y antes, existió un gremio de barqueros que pilotaban los llamados «barcos de la vez», los cuales diariamente unían Bonanza con el Arenal, no fue hasta 1817, con la botadura del «Real Fernando» o «Betis», cuando oficialmente comenzaron los primeros veraneos de los sevillanos en el mar. El destino era Sanlúcar de Barrameda, y el trayecto lo hacían en los por entonces atrayentes vapores de ruedas.
En 1870 había navieros, como Nieto García, que ofrecían servicios casi a diario durante el invierno entre la torre del Oro y el castillo de Santiago. Pero, los trayectos que más popularidad adquirieron fueron los de ida y vuelta durante los meses estivales, con excursiones especiales los sábados y domingos conocidos como «viajes redondo». Estos eran los preferidos por los sevillanos más modestos, que así podían abandonar la ciudad durante el caluroso verano y bañarse en las playas de Bajo de Guía y Regla.
La alta demanda del Guadalquivir como vía de comunicación entre Sevilla y Sanlúcar hizo que en los veinte primeros años del siglo XX se incorporaran hasta once buques a dicho trayecto. Estas adquisiciones ampliaron la línea regular con San Juan de Aznalfarache, Gelves, Coria del Río y La Puebla del Río, sin olvidar que los de mayor porte y cómodas capacidades mantenían los viajes para los veraneantes de fines de semana. Con relación a esto último, en la prensa de la época aparece que durante los meses de julio y agosto de 1914 la compañía Vapores Millán realizaba el trayecto de temporada con los barcos «Cádiz», «Mercedes», «Virgen de África» y «José María». Como curiosidad, esos mismos buques habitualmente eran fletados para excursiones de colonias escolares o autoridades, como ahora.
La mencionada línea regular adquirió aún mayor popularidad cuando don Luis de Olaso y Madariaga (1880-1947), II marqués de Olaso, fundó la Compañía de Vapores Sevilla-Sanlúcar-Mar, empezando a operar en 1924. La contraseña de la naviera era una bandera cuadrada de color azul marino, con una cruz de malta en rojo. Para ello adquirió nuevas embarcaciones, como el vapor a paletas «San Telmo» (1876), de 250 toneladas, el cual superaba a sus competidores, pues a pesar de contar ya con 48 años, estaba totalmente reformado y dotado de todas las garantías náuticas y de atención al cliente existentes en la época: amplios salones, comedores de primera y segunda clase, luz eléctrica y calefacción, puesto que la línea funcionaba el año entero. Era este, y el «Sanlúcar» (1893), los de mayor porte y escogidos para los trayectos hasta la desembocadura, mientras que el «Bajo de Guía», más pequeño, se destinaba, básicamente, a transportar suministros a lo largo del estuario. En paralelo, el marqués también mandó construir un muelle de hormigón armado para el atraque de sus barcos en Bajo de Guía (1911-22) que sustituyera al de madera (1908), el cual permaneció en pie hasta 2001.
Para la gestión administrativa, la expedición de billetes y el atraque de las embarcaciones, en 1924 en el Altozano la Compañía construyó su estación marítima; edificio con forma de torreón más conocido como «El Faro» (hoy concesionado, por parte de la Autoridad Portuaria, a un restaurante). Este se enclava sobre la propia zapata del puente de Triana, apoyándose en la escalera que construyó el contratista Baldomero Tagua Garonil en el último cuarto del siglo XIX. El edificio se adapta al desnivel existente entre la calle Betis y el Altozano, aprovechando dicho espacio para crear unos almacenes. Desde el mismo parte una escalerilla interior que llevaba al antiguo muelle de madera desde donde se alcanzaban las embarcaciones.
El recorrido entre Sevilla y Sanlúcar se hacía en cuatro horas y media, y las partidas tenían lugar, según un periódico de la época, a las 6:30 h de la mañana, mientras que el regreso a las 13:30-14:30 h de la tarde. El billete en primera clase costaba nueve pesetas, mientras que cuatro pesetas el pasaje en segunda.
Por aquel entonces, de felices años veinte, Sanlúcar era una especie de San Sebastián en la desembocadura del Guadalquivir. Podría decirse que la playa empezaba en Triana… Quienes decidían embarcarse disfrutaban del prólogo del viaje en unos vapores que se desplazaban río abajo, como los humeantes de altas chimeneas del Misisipi. La llegada de los barcos al muelle de Olaso, en Bajo de Guía, era un espectáculo que congregaba a un gran número de curiosos y a una flota de automóviles y carruajes de alquiler que ofrecían sus servicios para el desplazamiento de los veraneantes desembarcados.
No obstante, en noviembre de 1932 cesaron los servicios de la mencionada naviera, pasando a ser propiedad de la empresa Islas del Guadalquivir. A partir de entonces el «San Telmo», el buque más icónico, fue retirado para convertirse en un pequeño hotel flotante hasta ser desguazado en 1935. Unos años después el transporte regular de viajeros por el Guadalquivir cesó de forma definitiva debido a la incapacidad de competir con los más rápidos trayectos en autobús gracias a las carreteras que se estaban construyendo.
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