¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
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La imagen del portavoz del PP en el Ayuntamiento de Sevilla pasando una bayeta por las losetas de Plaza Nueva para demostrar la suciedad puede ser, además de una estrategia de comunicación, un símbolo de un debate abierto no sólo en la capital, sino en municipios metropolitanos: la creciente insatisfacción ciudadana por la gestión de la limpieza y los residuos. Hay protestas en San Juan y es queja constante en Espartinas, entre otros ejemplos. Y da igual que se limpie más o menos: si los residentes tienen la sensación de que está más sucio es que hay un problema al que dar respuestas.
En este tema influyen varias cosas. Los recortes impuestos a los ayuntamientos -la administración que presta servicios que tienen una incidencia más directa en el ciudadano- han dejado a los equipos municipales de limpieza mermados. Bajas y jubilaciones apenas se han cubierto y los procesos de selección, por sus plazos, no se adecúan. Hay municipios del Aljarafe que han acudido a contratos con empresas o la Mancomunidad del Guadalquivir. Pero también han soportando críticas a veces de la oposición, que exige celeridad, por externalizar un servicio que no se puede cubrir con calidad con los medios propios.
A ello se une el que las ciudades se han complicado también en este aspecto. El número de mascotas sigue al alza y, aunque haya ciudadanos que recojan con su bolsa las heces, los pis de los perros son más difíciles de limpiar y tienen que ver con la mugre que nos repele en esquinas y farolas. La sociedad de consumo ha multiplicado los restos que depositamos en contenedores, no cuando se indica sino cuando nos conviene. Los sistemas de soterramiento de contenedores no están cumpliendo con las expectativas como solución estética e higiénica o falla el mantenimiento. Por no hablar de los enseres que, sobre todo en septiembre, cuando cambian alquileres o nos da por redecorar la vida, se dejan en la acera, sin punto limpio que valga. Hay ayuntamientos que han habilitado servicios de avisos para retirarlos incluso.
En barrios seccionados por carreteras, las cunetas son carne de cañón y, en los que hay muchos chalés y zonas verdes, se une el ciclo de la naturaleza: los matojos crecen, las hojas caen, la basura se enreda. En definitiva, hace falta doble esfuerzo, operativos más modernos o específicos que aquellos que pasaban la escoba cuando tocaba, porque las ciudades son distintas.
Por otro lado, se podría decir que en ésto funciona el dicho allí donde fueres haz lo que vieres: parece que cuando se ve limpio, el propio vecino tiene más reparo en arrojar un envoltorio, pero no lo hay tanto si ya ve basuras por el suelo. Civismo de pacotilla. Por muchas razones, expertos y ayuntamientos tienen que darle una vuelta a este servicio básico -hay que poner el acento en ello: uno de los más básicos que competen a los ayuntamientos- con más recursos, nuevos sistemas, apoyo de otras administraciones si hace falta, campañas y más contundencia al aplicar las ordenanzas que comprometen a los ciudadanos y los gestores. Nuestro nivel de exigencia debe de ser acorde con nuestro compromiso.
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