Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La aldaba
España es un país donde un presidente autonómico no dimite pese a una gestión temeraria, negligente e irresponsable de una DANA y pese a un cúmulo de mentiras sobre su paradero en las horas de inicio de la tragedia. También es un país donde el presidente del Gobierno hace una evidente dejación de funciones, no comparece ante la Cámara Baja y se marcha al extranjero cuando hay una sesión de control al Ejecutivo mientras aparecen más cadáveres y se mantiene una lista de desaparecidos. Si algo ha conseguido el sanchismo es contagiar a los políticos más allá del propio PSOE. El sanchismo ha creado escuela: se gobierna a cualquier precio, con extraños equilibrios, con algunos aliados como Bildu que provocan náuseas, y se hace cuantas veces sea necesario lo contrario de lo que se ha anunciado. Es un estilo artero que ha normalizado conductas nunca vistas. Inquieta que la sanchitis se aprecia ya en algunos dirigentes del propio PP. Si Mazon no dimite, ¿dónde queda el listón por el que se exige una dimisión en España? El marco mental y de actuación del sanchismo es el que ampara en la práctica a un tipo como Mazón para aguantar en lo alto del machito. No se entiende de otra manera cuando hay más de 200 muertos, una cifra ni siquiera alcanzada el 11-M. Mazon tiene cara de DANA, se le ha puesto cara de DANA. Y que un político sea directamente relacionado con la tragedia genera un efecto que no hay campaña de imagen que pueda contrarrestar. La prueba es que en Andalucía han visto a Mazon con las barbas cortadas y Antonio Sanz ha puesto las del gobierno andaluz a remojar y ha cerrado los colegios de varias provincias. Máxima cautela, riesgos cero, política prudente. Tampoco es justo que solo se pida la dimisión de Mazon.
No hay vergüenza tampoco en la otra orilla, la del Gobierno de España. No hay ningún límite, nadie ha tenido la dignidad de marcharse, hemos normalizado la desfachatez hasta un punto insólito hace pocos años. La dimisión de Maxim Huerta, el ministro que duró seis días, suena hoy a música celestial. Nos estamos tragando sapos con una naturalidad pasmosa porque insistimos en que la concepción sanchista de la política se extiende lentamente como una balsa de aceite, como una promoción de adosados en tiempos del boom del ladrillo. Poco a poco gana terreno, se implantan los cánones, estilos, criterios de valoración y conductas. La vergüenza no existe. El honor, la diginidad y otros valores han debido quedar para caballeros templarios. ¿Qué tiene que ocurrir para que algunos se marchen? Ni la vida de doscientos inocentes pesa en las conciencias.
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