La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Sevilla/Hay unas canciones para después de una guerra, como el cassete que siempre aparecía en el expositor giratorio de la venta de carretera de los años ochenta, donde la cinta compartía rulo con los éxitos del Puma, Parchís o los chistes de Arévalo. La guerra tiene sus canciones como la Navidad tiene sus licores. ¿Se han fijado cómo se multiplican las estanterías (se llaman lineales desde la pandemia) con botellas de alcohol de muy diferentes colores y graduaciones en cuanto llega diciembre? Aparecen los licores más insospechados, de los que usted solo sabe por estas calendas y que en muchos casos sobreviven varias navidades, como la lata de atún de aceite vegetal del apartamento de la playa, la misma que tiene capacidad para soportar hasta tres veranos. Cada uno tiene su lista de licores absolutamente navideños, como las películas de la juventud, los bares de soltero o las ciudades de sus primeros periplos. Hay tragos largos de estos días que no suelen ser probados el resto del año. Algunos son de nombres impronunciables, caso del Parfait Amour. Prueben una copita de este brebaje, pero tengan cuidado al pedirlo si ya tienen la lengua un poquito gorda, porque hay riesgo de que se trabe. No olviden el nunca suficientemente bien ponderado Licor 43, muy de sobremesa setentera que ha llegado a nuestros días, por cierto muy español si le gusta el destilado patrio. Algunas botellas de Licor 43 conocieron el marzo y el abril gracias a la pandemia, cuando salieron de las despensas prematuramente.
Nada como abrir una botella del año pasado y notar la dureza de tapón que se ha quedado atascado por los restos del azúcar. ¿Yel Cointreau o su versión española Triple Seco? Pura Navidad, al igual que la botellita de licor de plátano o la sugerente botella dorada de licor de chocolate. Azúcar y más azúcar en estos días de excesos y extravagancias. Tienen su encanto evocador, efímeras sensaciones que perduran en el tiempo. Los aguardientes, en cambio, se consumen todo el año, aunque es cierto que están en caída. Es cada vez más difícil ver a un cliente pedir un aguardiente por la mañana. Está mal visto. Y ha casi desaparecido el que pide un coñac o brandy en esas copitas con el círculo rojo que marcaba hasta dónde debía servir el camarero. Son tiempos de ginebra, whisky y ron. Pero en Navidad siguen los licores de colores, aquellos que guardan la memoria de ratos gratos, tardes de cine, turrones y hojaldrinas. Después se van al altillo, como los camellos. A un camello siempre le falta una oreja. A la Navidad jamás le falta un licor. Sean siempre moderados. Y eviten la política en sus conversaciones.
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