La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Paseo por la ciudad y me detengo en una librería de libros usados. Un cartel anuncia que compran ejemplares a peso. De joven, uno de mis sueños consistió en disponer algún día de una casa enorme, a poder ser de madera y rodeada de grandes bosques de robles, en la que disfrutar de una enorme biblioteca de varias alturas y con un viejo sofá de cuero en medio presidiéndolo todo. Soñaba con envejecer allí, rodeado de saber y conocimiento, de aventuras y hazañas, de preguntas y respuestas escritas en miles de libros amarillentos, a los que habría ido conociendo uno a uno a lo largo de mi existencia. Pero ahora llevo entre mi iPad y mi iPhone aquella biblioteca en compañía de una discoteca completísima, además de miles de fotografías, en una vieja mochila que me acompaña a todas partes. No necesito de un castillo para albergar mis recuerdos y mi memoria. Todo lo que he leído, escuchado y visto, caben en la palma de mi mano merced a un utensilio capaz de conectarme con la nube que todo lo alberga, esté donde esté. El mundo se ha hecho más grande a base de cosas más pequeñas, como ocurre durante esas noches oscuras en altamar, en las que el universo se llena de millones de diminutas estrellas que combaten con su luz contra la oscuridad que nos rodea.
Y me pregunto a dónde va todo aquello que el tiempo convierte en obsoleto, por gastado, agotado y viejo. ¿Se venderá toda esa experiencia y aprendizaje acumulado por el paso del tiempo también por kilos o será de alguna validez en un mundo que entiende ya las dimensiones como una cuestión relacionada con según la velocidad del ancho de banda de que dispongamos? Dicen los expertos que uno de los mayores retos de la humanidad es la gestión de los residuos que vamos dejando. En una sociedad que convierte al ayer en basura no reciclable y que adora la velocidad del presente en construir el futuro, el paso del tiempo es una máquina implacable, que en cada segundo que pasa genera toneladas de elementos inservibles por usados. Y surgen las preguntas ¿Qué hacer con ello? ¿Merece la pena reciclarlo o mejor destruirlo y hacer espacio para lo nuevo? Por ahora hay pocas respuestas contrastadas, pero la más firme, es que los libros que triunfan hoy, o la serie que veremos esta noche, en pocos años se venderán por megas para uso exclusivo de coleccionistas nostálgicos. Porque hoy algunos quizás se sientan estrellas, y lo sean, pero fugaces. Y terminarán siendo páginas de algún libro usado con polvo en sus cubiertas, porque ni siquiera la IA sabe a dónde va el tiempo, cuando pasa.
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