La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
Ojo de pez
Es un asunto peliagudo el de la libertad, sí. Isabel Díaz Ayuso la contrapone ahora, en su particular cruzada juanadarquista, al socialismo, y bueno, razón no le falta. Digamos que, cuanto menos, la izquierda sigue acusando (y promoviendo) alguna confusión en torno a la materia. Es evidente que Podemos, reivindicado a sí mismo como última reserva del socialismo auténtico, tiene un problema con la libertad de prensa: cuando decide enseñar a los medios corruptos por su servidumbre al poder político y financiero cómo se hace, se limita a sustituir información por adoctrinamiento a las claras, fuera de dudas. No hay intervención mediática de personajes como Juan Carlos Monedero o Pablo Echenique en la que lo indiquen expresamente a los periodistas lo que tienen que preguntar, en qué términos y en qué tono, al mismo tiempo que niegan cualquier autoridad a los mismos si se atreven a sacar los pies del tiesto. Del mismo modo, para la izquierda que cristalizó en el 15-M, la más rancia y nostálgica, la libertad de elección constituye una anomalía. La posibilidad, abrigada por Albert Camus (defenestrado por esta misma izquierda, sólo que medio siglo antes), de que el otro pueda tener razón, aquí no se contempla. No puede haber libertad si sólo existe una vía. Ya lo preguntó Lenin: libertad para qué.
La confusión a la que juega Díaz Ayuso, eso sí, no es menor en la medida en que insiste en hacer pasar liberalismo por libertad. Lo que no deja de ser un truco muy viejo, pero parece que hay muchos dispuestos aún a pagar la liebre y llevarse el gato. Lo cierto, me temo, es que la evolución del liberalismo no ha hecho más que incidir en los grandes hallazgos rentabilistas del pasado siglo, los que apuntan a una minoría de señores y una mayoría de esclavos. María Zambrano advertía de esta deriva nada menos que en 1930, en Horizontes del liberalismo, con una capacidad de perspectiva abrumadora: todas las desgracias que vaticinó respecto a un liberalismo deshumanizado se han cumplido al pie de la letra. Entre ellas, la ley por la que todo proyecto liberal basado en la exclusión acaba, cual paradoja de Fermi, destruido por su propia corrupción. Sin justicia social no cabe hablar de libertad, pero mientras el socialismo clásico la descarta, el liberalismo la hace pasar por lo que no es, la ilusión infantilizada, el opio del pueblo.
Al final, cada vez resulta más certero hablar de libertad en los términos propuestos por Hannah Arendt: el reconocimiento del individuo respecto a la masa. Reconocimiento que incluye tanta dignidad como responsabilidad. En ésas estamos.
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