La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Escribo estas líneas días antes de publicarlas, al aire abrasador de la actualidad candente. Íñigo Errejón pierde la cara y la careta, y yo soy –apúntenme en la lista de las tontas– de las no se lo esperaban. Como escribo en medio del fragor y el estupor, es probable que lo que digo envejezca pronto y mal. Pero no quiero desaprovechar mi desconcierto, las ideas que al querer brotar me chocan dentro, y esta rabia, pues creo que no son (somos) pocas las mujeres que al conocer estas noticias avivan el seso y despiertan evocaciones que rebelan, mucho. “Lo que no me pase a mí…”, me digo por lo bajo cada vez que sufro un agravio machista, no punible, pero machista. Sucede que “Lo que no me pase a mí”, le pasa a otra.
En mis cavilaciones hay un punto fijo, el del hombre –demasiados– que trata a las mujeres como si no fuésemos humanas. En lo demás, navego de lo uno a lo otro. Pongo ejemplos. Uno. Sé de la importancia radical de denunciar y de no fundamentar la cuestión en testimonios sin nombre. Pero también sé que no es tan fácil denunciar, adjuntar pruebas, ser creída. Si hasta resulta complicado a veces ser conscientes de la agresión, acoso o abuso, de puro habitual que ha sido por siglos (de ahí que “el piquito” de Rubiales no fuera para tanto según muchos). Dos. No afirmo –me impediría relacionarme con ellos– que todo hombre lleva dentro un violador; afirmo que no sé de mujer que no haya sido violentada alguna vez por uno o varios hombres, y que esto se basa en una forma concreta y tolerada socialmente de someternos. Tres. Estoy con quienes piensan que la diferencia entre unos partidos y otros no está en el número de hombres machistas sino el de mujeres feministas que hay en sus filas. Cuatro: aparte del legal, el reproche moral a Errejón será mayor al que le haríamos a uno de ultraderecha, y esto también da mucho que pensar y en muy diversas direcciones. Cinco. No acaba de parecerme redonda la frase “Hermana, yo sí te creo”. Es más precisa “Ten por seguro que no voy a dejar de creerte porque seas mujer, como siempre pasa”. Por último, envido: el solo sí es sí, siendo una conquista central, socialmente se me queda cortísimo. Me pregunto qué clase de hombre se conforma con el mero consentimiento, sin nuestro activo deseo. Los que entienden a las mujeres como meros objetos de deseo y no como sujetos deseantes son los auténticos portadores del problema.
Eso sí, ojalá que la ley del deseo jamás se tenga que poner por escrito (salvo en poesía) ni regular por ley.
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