La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
Nunca falla, el viento de levante siempre vuelve al paraíso, a esa sucursal edénica que mira de frente a la mar océana y de soslayo a la veleta. Después de la bonanza, de ese nirvana que te da el poniente en calma, el levante vuelve con sus señas intactas, como si no hubiese pasado nada. El levante, para que nos vayamos entendiendo, es como el guardián que vela por la integridad del paraíso. Sin su molesta presencia, ni el paraíso sería paraíso ni nada de nada. Sería una marabunta que masificaría la zona de tal manera que la convertiría en inhabitable. Pero el levante sirve, entre otras cosas, para que mientras menos bulto, más claro sea el paraíso, más cómodo. Y el levante llega con su ritual de siempre, echando por delante esos insectos indestructibles y portando el estandarte de celoso vigía del edén.
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