Allá lejos, donde habite el olvido

07 de enero 2025 - 03:06

Fatalmente siempre llega el capítulo LVII: “En el que disuelve finalmente el club Pickwick y todo concluye a gusto de todos”. Mr. Pickwick reúne a los miembros del club, a sus amigos y a su fiel Sam Weller en torno a una mesa del Adelphy para anunciarles su retirada y la disolución del club con un emotivo discurso tras el que “llenó y vació un vaso con mano trémula, y sus ojos se humedecieron al ver levantarse unánimemente a sus amigos, quienes hicieron votos con él con toda su alma”. Con no menor emoción los despide Dickens, que tanto cariño cogía a sus criaturas: “Es el sino de la mayoría de los hombres que andan por el mundo y llegan a la flor de su vida crearse muchos amigos verdaderos y perderlos en el curso de la existencia. El destino de todos los autores o cronistas es crearse amigos imaginarios y perderlos en el curso de su arte”.

Fatalmente, también, siempre llega la noche de los contenedores rebosantes de cajas rotas y papeles desgarrados que se abrieron, con tanta ilusión, esa mañana que parece lejanísima. Termina una de las dos estaciones del corazón que la liturgia propia de ciudad permite vivir en sevillano, con días que tienen nombres propios. Es la que empezó con el besamanos de la Esperanza y ayer terminó con la Función Principal de Instituto en honor de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. La otra estación sevillana del corazón es la que empieza y termina en San Lorenzo, desde que el Señor pisa el suelo de su ciudad hasta el fundido en negro de las puertas de la parroquia cerrándose sobre la candelería de la Soledad.

Vuelvo la noche del seis de enero, apagadas las iluminaciones en las calles vacías y calladas, rebosantes de papeles de regalo y cajas de juguetes los contenedores, anuncios de rebajas en los escaparates, como vuelvo la noche del Viernes Santo, tras ver cómo San Isidoro engulle el dorado resplandor del palio de Nuestra Señora de Loreto, dolorosamente abierta la herida de luz que esa mañana, que parece tan lejana, abrió la Esperanza Macarena; y como vuelvo después que entra la Soledad.

Nada aprecio más que la cotidianidad y la rutina que a partir de hoy serenan los días. Porque los hacen iguales, burlando la embestida del tiempo que acabará alcanzándonos. Como ayer nos alcanzó. Como nos alcanzará el Sábado Santo. No debe ser casual que esta sea la ciudad de Fernández de Andrada, Bécquer y Cernuda.

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