¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Esta ha sido la semana en la que Joe Biden nos ha parecido verdaderamente mayor para su cargo, y hemos vuelto a caer en que, ante el abismo de la decisión, un hombre es un hombre (a los de la piel de papiro: hombre o mujer). Los trumpistas hispánicos entonan su "os lo tengo dicho". Estados Unidos aprieta el culete escapando de Kabul, como sucedió en Saigón en 1975: lo de nuestro aliado militar -que dure, por favor; miren alrededor- no parece ser ganar guerras, sino mantenerlas. Podemos, perplejos, maliciarnos que lo del Afganexit se trata de un MacArthur: "Me voy, pero volveré"... con nuevas remesas de armas y nuevos contratos de reconstrucción con dinero público. Estados Unidos tiene una cara b -la a es Silicon Valley-, que contradice su condición de baluarte de la economía de libre mercado: contratos estatales puros y duros. Esto lo decimos desde lejos, claro que sí, desde el irreductible provincianismo: pero es que sucede que estamos todos ya y para siempre tan lejos, tan cerca, como reza el título de aquella película de Wim Wenders en la que dos ángeles visitan la Tierra. El planeta está para que vengan batallones de querubines a darnos un cursillo de vivir y sobrevivir. Y una manta de leches y otra de flechazos, mejor si son de amor.
En la inevitable trivialidad de hilos de internet, aun dentro de la desgracia y la desazón por el futuro, esta ha sido la semana de las zapatillas del presidente, del de aquí. Cantaba Luz Casal a Rufino, aquel pureta trabajándose el modernito: "enfrascado en su lectura, por fuera La luna, dentro el Abc". Sánchez con alpargatas fuera de foco, y su traje gris para dar la cara en la videoconferencia -¿no ha hecho usted algo parecido?- sobre la repatriación de los empleados nativos que contrató el ejército español en la guerra de Afganistán. A qué tanta historia. Hay quien se ha sentido dolido por que el mundo tema por la suerte de las mujeres condenadas a la reclusión y al burka en la calle, y no se meta en el mismo saco a los hombres mutilados y decapitados por el implacable talibán, los habidos y los por venir: la venganza del vencedor.
Esta ha sido, a pesar la tragedia lejana pero cercana, una semana para un programa televisivo por acometer, Españoles por España, de andaluces por el norte y norteños por el sur, y madrileños desperdigados. De gourmets, de incomprensibles fotos de pies enarenados, de amores al románico y al cachopo, del imperio de la cola y la reserva, ahora de la contraofensiva del fresco -es un decir- sobre el calor matador y sus olas, que como las olas del Covid, remiten.
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