La lectora de Grosvenor Square

20 de agosto 2024 - 03:07

Una mujer leyendo en un banco de la hermosa –pese al mamotreto de la embajada estadounidense que le atizó el arquitecto finlandés Eero Saarinen en uno de sus momentos menos inspirados– Grosvenor Square de Londres. Todo el tumulto de la gran ciudad en torno a ella. Es de mediana edad. Tiene el aspecto modesto de una trabajadora de nivel medio o bajo que aprovecha la pausa del mediodía para almorzar y leer. En una mano tiene un sándwich y en la otra un libro cuyo título, por más que me esfuerzo, no alcanzo a leer. Transmite esa sensación de plácido y ensimismado contento propio de las mujeres lectoras. Como si no tuviera una vida y un trabajo probablemente grises y rutinarios. Como si no fuera un alma perdida entre nueve millones de almas. El libro entre sus manos le confiere singularidad, dignidad, capacidad de autoafirmarse superando el entorno. Era una hermosa imagen. Como lo son todas las de las mujeres lectoras, cuyos retratos son un casi género desde la Edad Media, con una importante vertiente que representa a la Virgen con un libro entre las manos o a Santa Ana enseñándole a leer, como nuestras Virgen del Voto de Pasión y La Sevillana de San Buenaventura o el grupo de Montes de Oca del Salvador, hasta hoy.

Mujeres lectoras. La novela que está leyendo –¿policíaca?, ¿romántica?– es lo único que parece redimir la soledad de la mujer en la modesta Habitación de hotel de Hooper, junto a ella las maletas sin abrir: ¿de qué huye, qué busca?... Siempre la he imaginado como una recién llegada a la gran ciudad en busca de fortuna artística en los teatros o en el cine, como una Marilyn Miller de Broadway o una Norma Talmadge de Hollywood. Muy distintas son las situaciones (y las vidas) de la Mujer leyendo ante una ventana, que da a un hermoso jardín, de Garibaldi Melchers, la Helena de Kay retratada tan sobriamente por Winslow Homer con un libro en las manos, cuya lectura ha abandonado en un momento de concentración, o las felices lectoras retratadas por Renoir y Matisse. Mis favoritas son las lectoras de Fantin-Latour –Las dos hermanas, La lectura y sobre todo La lectora, retrato de su hermana Marie–, al que descubrí como algo más que un nombre en los libros de historia del arte cuando vi en el museo de Orsay su retrato de la familia Dubourg.

La mujer lectora de Grosvenor Square era, en vivo, uno de estos retratos.

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