La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Sevilla/Alejandro era un joven sevillano que hace 25 años estaba en los Jardines de Murillo y nunca volvió a casa, que es donde debía haber regresado. Su muerte es recordada por la prensa como el crimen de la movida, pero bien podría ser rememorado como el del perdón, la ausencia de ira, la falta absoluta de rencor, venganza o ajuste de cuentas. Anoche se rezó el rosario en el lugar donde Alejandro perdió la vida, fue asesinado cuando trataba de poner paz en una discordia, uno de esos muchos momentos que suceden y no acaban con resultado trágico, pero así acabó. Todos éramos 25 años más jóvenes. Diario de Sevilla no estaba todavía en los kioskos, faltaban cuatro meses para hacerlo ya para siempre; la ciudad estaba gobernada por Soledad Becerril, todavía soñábamos con la candidatura de los Juegos Olímpicos, nos preparábamos para el Mundial de Atletismo y para un Prado de San Sebastián convertido felizmente en jardines públicos, una obra cuya autoría todavía pleitean andalucistas y populares porque fue un éxito.
Alejandro tenía 24 años. Su padre fue para toda la ciudad como la mano del San Juan de la Palma: mano que rebaja la amargura, serena, templa, calma y echa agua sobre cualquier rescoldo. A todos nos frenó cualquier rabia, a todos nos hizo mejores y más fuertes. Aquel noviembre de 1998 no hubo reacciones airadas porque don José Méndez dio la lección que nadie debe olvidar en Sevilla: “Perdono al homicida porque estará haciendo sufrir a sus padres de la misma manera que nosotros”. Nunca pidió indemnización al juez. ¿Quién puede compensar semejante desgracia, la mayor que Dios puede reservar a un ser humano? No sólo perdonó desde el primer día, sino años después volvió a confirmar el perdón. El asesino tenía 17 años. Fue condenado a ocho años de internamiento cerrado y a cinco de libertad vigilada de acuerdo con la Ley del Menor. Hoy martes se celebra a las ocho de la tarde la santa misa en sufragio por el alma de Alejandro en la basílica de María Auxiliadora, la de los Salesianos de la Trinidad. Su hermano José María pide una oración por la paz “que tanta falta hace” a todo el que no pueda asistir a la ceremonia religiosa. Nosotros pedimos que la ciudad no olvide el testimonio de sus padres. Desde el primer momento se acogieron a la fuerza del perdón. Nadie alzó la voz ni se enfrentó a nadie porque ellos jamás dieron pie a la más mínima polémica. Pudieron haber clamado, pero no quisieron. Hubiera sido comprensible, pero no lo hicieron. El hermano rezó anoche el rosario. Don José perdonó. Nos dejó a todos callados. Alejandro vive en su ciudad.
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