Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
El único contacto con el exterior era el sonido que cada 45 minutos hacía el paso del tren. El jardinero de la casa me dijo que era el Sevilla-Huelva. Trenes entre dos ciudades que fueron de galeones y carabelas. Por allí pasa el río Guadiamar al que llaman Quema los rocieros. A escasos metros unos rótulos en una carretera secundaria que parecían la clasificación de una Liga comarcal: Salteras 9; Villanueva del Ariscal 7; Albaida 6; Olivares 4. Indicaba los kilómetros que faltaban para cada una de esas localidades del Aljarafe donde Góngora es una bodega y Olivares un conde-duque.
Una yegua y su potrillo se acercaban a la valla, muy cerca de la vía del tren. Al fondo, un rebaño de ovejas. Dejó a las noventa y nueve y fue en busca de la que se le perdió. El tren para en la estación de Sanlúcar la Mayor. Una de las tres Sanlúcar: por una pasa el Guadiana, en la otra desemboca el Guadalquivir. Como líneas de la partitura del tren, dentro se oían las Alabanzas.
El edificio es un colegio salesiano que funciona como Casa de Espiritualidad. El Espíritu Santo es el gran desconocido. De él sabemos tan poco aquí como en la Indonesia que ha visitado el Papa Francisco. Un periódico de tirada nacional llegó a publicar una fe de erratas corrigiendo la información de una crónica en la que el reportero había dicho que las tres personas de la Santísima Trinidad eran el Padre, el Hijo y la Virgen María. En este rincón ferroviario hemos asistido a un Seminario de Vida en el Espíritu. El sacerdote navarro que lo alienta por toda España contó que de niño le preguntó por la Santísima Trinidad a su profesor de Religión y éste le dijo que rezara para arriba, que los tres se lo repartirían.
Uno pensaba encontrarse con un karaoke beatífico, y nada más lejos. Ninguna beatería, mojigatería ni santurronería. Le seguimos llamando Trinidad a este triángulo de la fe. Se habló de las tres revoluciones: la Francesa, la Rusa y la actual. Las dos primeras tienen fecha, 1789 y 1917. La de hoy día es un presente continuo. Oscuridad sin fecha, parafraseando a Juan Sierra, que ningunea la vida. Abortar mata más que fumar, pero no lo dice ninguna cajetilla. La Francesa negó a Dios, la Rusa lo eliminó. La de hoy día va más lejos: el hombre ha decidido ser Dios. Se oyeron verdades incómodas: que Dios no nos ama a todos por igual; que no nos necesita; que todos podemos ser santos porque tenemos lo fundamental, ser pecadores. Todos los que subieron a los altares lo fueron, salvo la Virgen María. Y no eran dechados de perfección: Pablo se peleó con Bernabé; San Agustín y San Jerónimo no se aguantaban; san Epifanio de Salamina fue a Jerusalén a cantarle las cuarenta a San Juan Crisóstomo.
Alabar al Señor, con la música y las voces de Silvia, Azucena y Cristina. La gente canta las canciones de Hombres G o Lola Índigo y no pasa nada. O hace talleres de aquagym o de daiquiris. A Dios hay que alabarlo. Cristo vive, Viva Dios. Necesario, aunque no nos necesite. En un mundo sin esperanza, en una iglesia donde, como escribía Luis Martín Santos en Tiempo de silencio, sobran “teólogos torpes” y faltan “excelentes místicos”. El Espíritu Santo es el tren del que Dios es el maquinista y Cristo el revisor.
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