Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/Hoy se cumple un año de la muerte de Carlos Amigo Vallejo, el pastor y gobernante de la Archidiócesis de Sevilla de finales del siglo XX y principios del XXI. Se murió en vísperas del comienzo de una Feria, una fiesta que conoció in situ. Las fotografías de Martín Cartaya muestran un arzobispo de paseo matinal por el real. A don Carlos le gustaba compartir mesa con el que pensaba distinto, como le apasionaba visitar la cárcel o nadar aparentemente a contracorriente, como su defensa de la clase política, el derecho a la huelga general contra el Gobierno de España o el de los ecónomos diocesanos de invertir dinero en fondos de inversión de acuerdo con la parábola de los talentos. No era un provocador, pero sí tuvo una voz tronante. No era un verso suelto de episcopado español, sino libre, que no es lo mismo.
Hoy queda su impresionante legado. Casi 30 años de pontificado dieron para mucho. Si fuera un político se diría que tuvo un modelo de Archidiócesis y ningún miedo a implantar reformas. Su tumba suele tener una lamparilla encendida, muy cerquita de la Virgen de los Reyes ante la que se postró dos veces junto al Papa Juan Pablo II. La verdadera luz encendida en recuerdo del cardenal es el hermano Pablo, el secretario personal que hoy sigue entre los sevillanos. Ves a Pablo y la memoria te arrea un aldabonazo de recuerdos, como cuando contemplas una cofradía y te falta el amigo que salía siempre en un sitio concreto. La discreción, la serenidad, el sentido institucional, la lealtad... El secretario encarna los valores que tanto se echan en falta en la sociedad de hoy. Podríamos repasar la lista de logros de una etapa fundamental en la Iglesia de Sevilla. La venta del palacio de San Telmo, la restauración de templos, el modelo de visita cultural de la Catedral, las relaciones fructíferas con los gobiernos andaluces, la fundación del centro de promoción del empleo, la bajada del Giraldillo, los honores de las cofradías...
El tiempo diluye todo, la memoria funde los pontificados, el paso de los días convierte en detalle lo que parecía fundamental. Al final es el hermano Pablo quien representa un período breve de la Iglesia de Sevilla si se compara con una historia de siglos, pero fundamental si se hace con nuestras vidas. Por eso el alcalde no dudó en concederle la medalla de Sevilla. Del cardenal queda Pablo. Pablo es el cardenal Amigo. Y no es nada fácil ser el legatario más auténtico de todo un gigante del cardenalato. Sólo por la vía de la autenticidad se logra una consideración de esa importancia. Siga encendida la lamparilla de la ciudad que no olvida.
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