Kadaré y los bárbaros

03 de julio 2024 - 03:08

Tiene Kadaré una novela, El cerco, donde una ciudad albanesa, asediada por la Subime Puerta, resiste a la cañonería enemiga y a la tropa genízara que los asalta. Esos mismos cañones, de gigantesco tamaño, forjados y labrados en bronce, fueron los que arruinaron las murallas de Constantinopla, en 1453, tomando el imperio de los Paleólogos en nombre de Mehmet II. Runciman cuenta este episodio con la probidad debida. Lo cierto es que la atroz cañonería del sultán –véase el retrato que le hizo Bellini, con un turbante desmesurado–, iba a cargo de un ingeniero húngaro, Urban, quien vigilaba para refrescar el bronce y disparar espaciadamente, por no dañar sus temidas bocas de fuego.

La historia, que nunca se repite, ni siquiera como farsa, ofrece, sin embargo, ecos interesantes. Cinco siglos después es otro húngaro, de apellido similar –Víctor Orban–, quien se muestra favorable a las razones de un imperio oriental, fronterizo con Europa. El hecho de que el señor Orban haya asumido la presidencia rotatoria de la UE no hace sino subrayar la enorme distancia que separa una situación de otra. Pero también resume la cualidad liminar que han tenido dichas tierras, que alcanzan a la península balcánica. Entonces, con Mehmet II y su guardia varega de vikingos, fue una frontera natural –los Cápatos– y un limes religioso, defendido por el príncipe Vlad. Hoy es una zona de influencia donde se concitan tres viejos espectros: el espectro imperial de los zares, el de la Sublime Puerta, y el fantasma heteróclito y deslavazado de la Europa occidental, cuya capitanía ejerce ahora el señor Orban.

Volviendo a Ismaíl Kadaré, muerto este lunes, hay dos temas principales en su literatura, que son los que quisiéramos recordar aquí. Uno primero es el incesante obrar y deshacerse de los poderes terrenales, cuya visión más obvia es este cerco a la ciudad albanesa, antes mencionado, y que es émulo tardío del cerco a Troya. Uno segundo, más importante acaso, es el oscuro anudarse de las culturas, bajo el impulso acuciante de las armas. Con esta lenta asunción de las culturas “bárbaras” es como se ha ido haciendo Europa, en la permeable o belicosa umbría de sus márgenes. Un ejemplo oportuno pudiera ser el retrato que Mehmet II encargó a Bellini. Un príncipe de la fe, encapsulado por un infiel en la fantasmagoría veneciana del retrato. Representado –oh vanidad de vanidades– como un ídolo de otro credo, brillante y deleznable.

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