La aldaba
Carlos Navarro Antolín
A Fitur con las colas para todo
Vivimos tiempos extraños y decadentes. El fuego cruzado político tiene sometida a la judicatura y a los altos funcionarios de cualquier entidad pública. No hay causa judicial en la que no se cuestione la labor del juez que instruye, pero no porque lo haga mejor o peor sino porque se ensucia su independencia y se hace presumir que actúa al servicio de oscuros intereses. Nos hemos acostumbrado a ver a funcionarios de nivel, a personas intachables de larga trayectoria profesional y reconocido prestigio, a los que se mete en el baile cuando se cuestiona una actuación política. Desfilan ante las cámaras como investigados y no es raro verlos sentados en el banquillo sencillamente por haber trabajado en el Ayuntamiento, en la Diputación, en el organismo de turno, bajo la implacable mirada de la opinión pública que siempre acusa y nunca rectifica.
Los medios de comunicación, la sociedad y los propios tribunales centramos nuestra atención en esa inmensa red amorfa que hemos dado en llamar “corrupción política”. Una red de la escapan los peces gordos sometiendo al Gobierno desde Waterloo o guardando cama como Pujol mientras que caen en sus nudos los diminutos pececillos de esta pícara España. Para unos se cambia el Código Penal, la Ley de Enjuiciamiento Criminal y lo que haga falta y, para otros, se hace trabajar a la justicia para que sirvan de excusa y ejemplo, eso sí, muchísimo tiempo después de ocurridos los hechos.
Con tan mísero resultado se consigue un triple efecto: se nos hace creer que se persigue la corrupción, la justicia se desprestigia y como víctimas aleatorias quedan los jueces instructores y los funcionarios de nivel que han tenido la desgracia de estudiar una larga carrera, de opositar y de hacer su trabajo de manera impoluta, sí, pero de estar donde no debían de estar, en ese Ayuntamiento, Diputación, juzgado u organismo de turno donde los bandos políticos se navajean sin que les importe lo más mínimo a quién dejan herido.
Las secuelas ya son visibles. Nadie quiere estar en determinados sitios porque saben que por impecable que sea su labor pueden ser tiroteados. A qué estudiar durante años para no sólo no estar retribuidos en función de la responsabilidad asumida sino, encima, ser cuestionados y ensuciados sin el más mínimo motivo. La política está generando ejemplares sin escrúpulos y, la administración, funcionarios ineficientes que antes de ponerse en peligro paralizan la ya de por sí paralizada maquinaria administrativa. Quizá sea verdad aquello de que tenemos lo que nos merecemos.
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