La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Ayer me jubilé oficialmente, con 66 años, pero lamentablemente tendré que seguir trabajando en lo que pueda y me dejen. Tras cincuenta y cinco años currando, el Estado me dará 816 euros al mes. O sea, ni para poder acabar de pagar la casa donde vivo y trabajo quince horas diarias todos los días del año. Me tendré que seguir buscando la vida, algo que empecé a hacer a los 11 años de edad echando horas en una fábrica de Palomares del Río, Artesanías Montes, donde tuneábamos porrones. No aparece en mi vida laboral, como tampoco el periódico sevillano donde he estado trabajando cuarenta años de mi vida, treinta y dos en la redacción como un redactor más. Al no ser amigo de la presidenta Isabel Díaz Ayuso, como Nacho Cano, esto no les interesará a Yoli la Modelitos y Marlaska el Nomevoy.
Si no me sigo buscando la vida el banco me meterá mano y no sé qué sería de mis mascotas. Dile tú a tus perros y gatos que no hay pienso. El Estado seguirá controlando mis ingresos y si me pasara un mes ganando cien o trescientos euros más de lo permitido por el régimen sanchista me comerían vivo. Tendré que renunciar a una parte de la raquítica pensión o seguir pagando una cuota como autónomo. Como vivo en el campo y soy de pueblo desde niño, siempre podré alimentarme de espárragos trigueros, tagarninas, cabrillas, palmitos o conejos, porque lo de ir al mercado se pondrá difícil. Si antes era complicado llenar un carro pequeño de comida para la semana, ahora es empresa imposible. No hablemos de ir al dentista, comprarse ropa nueva –jubilado se adelgaza, dicen– o disfrutar de un plato de gambas blancas de Huelva o un chuletón de Gerena.
Jubilarse a lo precario o a la española es como nacer de nuevo: te tienes que volver a preparar para llevar una vida digna. Olvidarte del cansancio de los huesos, la merma de visión y la necesidad de soportar pesados. Empiezo una etapa apasionante de mi vida: levantarme cada mañana, desayunar y ver qué puedo hacer para que no se oxiden las tripas. Habrá mañanas en las que la artrosis no me dejará manejar el teclado del ordenador, pero siempre se me ocurrirá algo para pagar la luz y el préstamo de la casa. Menos mal que, como buen cantaor de flamenco, soy doctor en fatigas y un superviviente nato. Como cantando la pena, la pena se olvida, según Manuel Machado, espantaré al demonio de las necesidades cantando con las fatiguitas de Manolito el de María, que cantaba como cantaba porque se acordaba de lo que había vivido. “Más despacito, miarma”.
También te puede interesar
Lo último