Juan María y Jean-Marie

Según se cuenta en subterráneos mentideros locales, cierto veterano activista de las luchas de la derecha social sevillana, de nombre Juan María, recibe desde hace años en su entorno el apodo de Jean-Marie. Como los lectores más suspicaces supondrán, en socarrona analogía con el recientemente finado progenitor de Marine Le Pen.

Sin hacer menosprecio de las cualidades de este comprometido ciudadano, portador de méritos sobrados y no reconocidos para haber llegado a ser en algún momento concejal del Partido Popular o Vox, nos encontramos ante una comparación hiperbólica con una de las figuras más controvertidas de la Europa del último medio siglo.

Si hoy la hija lidera el principal partido de Francia, independientemente de las dificultades estructurales que aún la apartan del disfrute del poder, se debe sin duda a la previa labor del patriarca bretón, en circunstancias inicialmente mucho más adversas.

El pase a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, marcó el cénit de la trayectoria de este combatiente de los conflictos de Indochina, Argelia y Suez, que antes de alcanzar la treintena obtuvo en 1956 la condición de diputado del efímero movimiento poujadista. Turbulentos años de juventud en los que destacó como defensor de la causa de la Argelia francesa, pagando el tributo a su polémica exposición pública, de la pérdida de un ojo, secuela de una agresión sufrida en un mitin.

No llegó sin embargo hasta 1972, el instante en que Le Pen encabezaría un partido político propio: el Frente Nacional, que adoptó como símbolo una llama tricolor a imitación del Movimiento Social Italiano, indicio de la primitiva orientación neofascista de la aventura que por segunda vez lo llevaría a ostentar cargos de representación popular.

No obstante, no tuvo este retorno al primer plano carácter inmediato. De hecho, el itálico Giorgio Almirante, a la hora de levantar aquella precaria alternativa que trató de ser la llamada “euroderecha” a ese lavado de cara que fue el “eurocomunismo”, prefirió como referente galo al Partido de las Fuerzas Nuevas del abogado Tixier-Vignancour, que en aquel tiempo compartía la marginalidad con la formación de Le Pen.

Fue su aparición en un debate televisado en 1983, la que regeneró una popularidad que lo aupó en esa misma década al carro del éxito electoral, del que no se bajaría hasta su retirada de la primera línea. Preludio de la recta final de su larga vida, en la que su intransigencia y excesos lo convirtieron en una incómoda sombra para sus herederos de la rebautizada Agrupación Nacional, en la búsqueda de un perfil más moderado.

Sea como fuere, la influencia del lepenismo ha revolucionado, más allá de las fronteras del Hexágono, el mapa ideológico de los países vecinos, contagiando a amplias capas de población con sus planteamientos sobre los peligros de la inmigración masiva y el multiculturalismo y la amenaza que para la soberanía de las naciones históricas constituye el actual escenario de globalización.

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