Joseph Conrad, un encuentro

04 de agosto 2024 - 03:10

No siempre es posible recordar cuándo nos encontramos por primera vez con un autor que marcaría para siempre nuestra vida, convirtiéndose a la vez en maestro y compañero de camino. Pero sí recuerdo mi primer encuentro con Joseph Conrad. Nos presentó Richard Brooks en el cine Cervantes el 16 de diciembre de 1965 a través de su película Lord Jim. No había leído a Conrad. Ni tan siquiera creo que me sonara su nombre. Fui al cine esperando una película de aventuras. Y eso fue lo que me encontré, por supuesto. Mares y países exóticos, tempestades y luchas, rostros colosales en templos devorados por la selva, lealtades y traiciones, bandidos apátridas y piratas malayos. Pero había algo más, tan oscuro como el sinuoso mal –el pecado con una Biblia en las manos– representado por el caballero Brown, tan siniestro como el herrumbroso Patna, tan complejo como la personalidad de un desdichado héroe/antihéroe abrumado por la culpa que busca la redención o siquiera el olvido porque en el momento decisivo no fue capaz de estar a la altura de la imagen heroica que tenía de sí mismo, tan desasosegante como el azar jugando a los dados con los destinos de los seres humanos, tan triste como la historia de la hermosa mestiza que no quería morir como su madre, llorando al hombre blanco que la había abandonado. Era como si en el centro de la gran pantalla se abriera un abismo por el que el relato de aventuras se precipitaba, y yo con él, hacia regiones cuya existencia no se sospechan cuando se tiene 13 años.

Aquella gran película de Brooks me abrió la puerta del mundo o los mundos de Joseph Conrad, desde entonces compañero y maestro de vida. ¡Cuánto debemos, muchos, al cine! Me compré la edición barata de la colección Reno en la que quizás sea la única librería cuyo nombre he olvidado, en Rioja, frente a las puertas del Llorens. Entendí la novela a medias por su compleja estructura polifónica y no lineal. Pero me fascinó cómo nos arrastra y emociona la música a quienes nada sabemos de melodía, armonía, ritmo, estructura o timbre. 59 años después de aquel encuentro Conrad es uno de los míos; quizás, con Dickens, el escritor más mío. Nadie ha concretado en palabras exactas, con tan puntillosa exactitud –como Proust, puede necesitar muchas páginas para diseccionar un sentimiento–, esa “dudosa media luz de la vida” entendida como una batalla siempre perdida, pero que vale la pena dar.

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