¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
EL nuevo año llega con la sal de un nuevo partido: Izquierda Española, que pretende captar el voto de aquellos que, ubicados sentimental e intelectualmente en la siniestra, están hartos de la deriva del PSOE sanchista y, sobre todo, de sus pactos suicidas y disolventes con los nacionalismos periféricos. El nombre de la formación, con un cierto barniz antañón, ya es todo un manifiesto. Hay una reivindicación del término “izquierda”, que últimamente ha sido sustituido por el más tramposo y ambivalente de “progresista”, en el que caben desde los leninistas de Podemos hasta los derechistas de Junts. Asimismo, se exhibe como una bandera la palabra “España”, uno de los sintagmas prohibidos en el lenguaje políticamente correcto, que ha generado todo tipo de eufemismos – “Estado”, “Este país”, etcétera– con tal de obviarlo.
Es inevitable ver en Izquierda Española un cierto regusto a azañismo clásico. No en vano, el casinillo donde se incubaron las ideas de esta nueva formación fue el think tank El Jacobino, y el gran representante histórico en nuestro país del democratismo radical del Club Bretón no es otro que ese feo, agnóstico y sentimental intelectual que llegó a presidir la II República. En esta inspiración azañista es donde puede encontrar Izquierda Española sus mayores aciertos, pero también sus mayores equivocaciones. Sobre todo, la de tener un concepto newtoniano y mecanicista de España. Es decir, en verla como un problema que se soluciona con la simple aplicación de fórmulas más o menos brillantes. Está bien defender la igualdad de todos los españoles ante la ley y el fisco, reivindicar lo público, señalar que la deriva plurinacional de la izquierda es el caballo de Troya por el que se colará el viejo demonio del cantonalismo o repetir hasta la saciedad el tópico de que el PNV es un partido reaccionario. Todas estas ideas quedan bien en artículos, entrevistas y ensayos, pero su aplicación en la vida política real es mucho más complicada de lo que parece, porque España es una nación que se adapta mal a los manuales de uso. Bien lo sufrió Azaña, que confundió muchas veces sus quimeras de Ateneo con la realidad política nacional. Ahí está para el recuerdo su doloroso fracaso en la política religiosa, uno de los detonantes de la Guerra Civil. Evite Izquierda Española ciertas rigideces del jacobinismo hispano, sacúdase algunos prejuicios del progresismo ibérico, y todo le irá mejor.
Empiezan a moverse las cosas en la izquierda y podemos estar ante una anécdota o ante el principio del fin del sanchismo. 2024 se presenta interesante.
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