¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
ÚLTIMAMENTE se multiplican en los medios de comunicación noticias en las que se destacan las supuestas censuras de PP y Vox a distintos proyectos culturales por motivos políticos o morales. Si es así: lagarto, lagarto. Pero uno, que lleva ya unos treinta años dando vueltas por el casco antiguo y los arrabales del periodismo, no puede evitar recordar la cantidad de veces que ha visto cómo los partidos de izquierdas (PSOE e IU, sin ir más lejos) han cancelado proyectos culturales por el simple hecho de que no entraban dentro de sus reducidos esquemas mentales progresistas. La lección la aprendí pronto, desde que el decano de la Facultad de Historia donde estudiaba retiró una miserable ayuda a la revista donde colaboraba porque sus contenidos –netamente culturales– eran considerados políticamente incorrectos. El melifluo decano de aquel centro, prohombre de progreso, había autorizado poco antes la celebración festiva y acrítica del 75 aniversario de la Revolución Soviética. Ya saben, aquel golpe de fuerza que abortó la joven democracia rusa ya en marcha y desencadenó una de las mayores masacres de la Historia. Aún está por escribir la Historia General de la Estupidez Universitaria.
Desde hace tiempo he visto a cierta izquierda parasitar la cultura, repartir entre los suyos premios, subvenciones, becas y prebendas y, lo que es peor, aprovechar su presencia en las instituciones para censurar todo tipo de iniciativas y expresiones culturales, desde una copla provida en un certamen de canción joven promovido por la Junta socialista, hasta un acto dedicado a Agustín de Foxá que no era del gusto de una concejala analfabeta de Izquierda Unida. Han convertido el panorama cultural español en un coto cerrado con el consentimiento de un PP acomplejado y ramplón, incapaz de encontrar a gente entre sus filas que dirija con solvencia una simple concejalía del ramo. Eso sí, nunca he visto a ninguno de esos intelectuales que firman manifiestos en defensa de la cultura libre mover un solo dedo para impedirlo. Entre otras cosas porque ellos suelen ser los que señalan los objetivos. Ellos son los censores.
La misma Ley de Memoria Histórica o Democrática, si se le despoja de su parte noble –la de recuperar los cuerpos y el recuerdo de los asesinados por el franquismo– no es más que un texto de clara vocación censora y represora. ¿O creen que quitar los monumentos a Pemán y dedicarle estatuas a un golpista e incitador a la violencia como Largo Caballero tiene algo de democrático? Sobre la censura, es mejor que algunos se callen.
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