Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
La Plaza de San Leandro es un enjambre de veladores que, como diría el parte, han alcanzado las últimas posiciones. Poquito a poco se aprecia una inquietante colmatación de un espacio público que cada día tiene más cercado el célebre pato de la pila. Cua, cua. Se reproducen los veladores altos y bajos como feos champiñones en el firme empedrado. Aparecen cerca de los bares o en el mismo centro del salón de la plaza. No hay un uso compartido de la plaza, sino invasivo. Y desde bien temprano. Siempre estamos preocupados por las religiosas del convento, las manos que hacen las yemas de San Leandro, y ahora tenemos que inquietarnos también de una plaza bellísima de la que se hace un uso indebido. Es el fenómeno que nos ha tocado sufrir, es uno de esos excesos que marcan la Sevilla actual según el alcalde. Hasta no hace mucho se libraban algunas plazas, ¡pero qué poquitas van quedando sin bares y sin exceso de veladores! En Sevilla, donde siempre nos han gustado los veladores, las mesas embisten contra los monumentos, como vemos en Santa Catalina o en el Palacio de Arzobispal, ahogan los espacios y chabacanizan las calles al convertirlas en comederos. Genera impotencia comprobar la falta de respeto a la belleza de una plaza como la de San Leandro.
Al historiador Joaquín Egea le han concedido este año la medalla de la ciudad por su meritoria y perseverante defensa del patrimonio. Hace bien el alcalde en distinguir a un ciudadano crítico que lleva décadas denunciando los destrozos de una ciudad que debería ser ejemplo en la defensa de sus monumentos, tramas urbanas y el caserío histórico. Cada año se podría dedicar una medalla para reconocer a quienes se dejan las horas, la voz y la energía en denunciar las demoliciones, desmanes, afeamientos y otras fechorías contra los valores que nos hacen distintos. Se me ocurre una lista de varios nombres: Ignacio Medina, Pablo Ferrand, José García Tapial, Fernando Mendoza, Isabel Gómez Oñoro, etcétera. Cada uno con su estilo, con sus enfoques y métodos y con sus conocimientos en materias especializadas han mantenido vivo un frente conservacionista que en Sevilla ha sido fundamental en los últimos 40 años. Queda un mundo por hacer, como demuestra el mal trato que recibe una plaza hermosa por la pila, el gran árbol y el convento. Algún día habremos de volver a la mesura. A este paso tendremos veladores en el Patio de las Azucenas de la Giralda. Y la comisión de patrimonio, no lo duden, aprobará la construcción de un ascensor en la Giralda.
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