La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
La campaña Salvemos a Begoña inspirada por Moncloa es a la vez histérica y errática. Sale disparada de manera prematura, porque Begoña Gómez ni siquiera está imputada. Y si lo fuera, podría recurrir a una instancia judicial superior, y si aun así llegara a ser condenada también podría presentar más recursos, incluso ante el Tribunal Constitucional y el de la Unión Europea. Ahora mismo solamente está siendo investigada y sigue siendo inocente. También yerran sus promotores (o promotor): más que bulos en redes sociales o tabloides fangosos, lo que perjudica la reputación de Begoña Gómez son las informaciones contrastadas de periódicos solventes, como El Confidencial, que ha dado cuenta de las zonas oscuras de las actividades de la mujer del presidente y los pasos del incipiente procedimiento judicial al respecto.
Son hechos, no bulos, que Begoña Gómez consiguió dirigir un máster de la Universidad Complutense sin tener una licenciatura, que escribió cartas de recomendación o elogio de empresas que aspiraban a contrataciones con organismos públicos, que mantuvo relaciones con los dueños de una aerolínea rescatada posteriormente por el Gobierno, que recibió varias veces en la Moncloa –que no es su casa particular– a un empresario exitoso receptor de ayudas estatales y que en dos de esas ocasiones Pedro Sánchez se acercó a saludarlo, que Begoña registró a su nombre un programa informático financiado por la Complutense, según denuncian sus directivos ante el juez como “apropiación indebida” y que, en general, no ha habido una diferenciación neta entre su condición de emprendedora y profesional de éxito y su papel como esposa del presidente del Gobierno e inquilina temporal del Palacio de la Moncloa.
Que estos hechos, no bulos, sean o no constitutivos de delitos de tráfico de influencias, corrupción en los negocios y/o apropiación indebida, se decidirá en los tribunales (si es que hay imputación y proceso, que está por ver). Obviamente no es un comportamiento acorde con la ética exigible a las figuras públicas ni, por supuesto, estético. Por aquello tan antiguo y romano de que la mujer del César debe ser honrada y también parecerlo. Actuar así denota prepotencia ante la vida e inconsciencia sobre las patologías que acarrea el ejercicio del poder. Ya saben, eso que ningún poderoso admite que le va a pasar y a todos les pasa.
En fin, Begoña sigue siendo inocente mientras no se demuestre lo contrario.
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