Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
No hace tantos años que dos grandes de la alta costura contrajeron matrimonio en privado porque así lo quisieron. Nadie les prohibía haberlo hecho con cientos de invitados y un séquito de fotógrafos. Llevaban años aportando sus conocimientos, su tiempo y su pasión a la hora de vestir las imágenes de un paso de misterio de Semana Santa. Para muchos nunca fueron tan bien vestidas como cuando ellos se afanaron en la tarea. Al trascender aquel matrimonio, las hienas del conservadurismo más trasnochado se echaron encima. Los censores nunca dieron la cara, pero sí todo el ruido en un mundillo todavía cerrado por aquel entonces y condicionado por los primeros foros de opinión en internet, verdaderas fosas sépticas que en sus inicios provocaron mucho daño. Los dos decidieron dar un paso atrás por pura discreción, por no ser motivo de polémica, por no dar que hablar, por no perjudicar a la hermandad. No han vuelto a vestir aquellas imágenes desde entonces. Perdimos la aportación de dos auténticos señores, que al menos nos dejaron unos años de propuestas verdaderamente enriquecedoras. Nadie les pudo convencer de que no hicieran caso de las críticas.
Se quedaron al menos con una muestra explícita de apoyo de una altísima autoridad de la Iglesia, que les mostró su gratitud y les animó a seguir. Aquella carta está guardada donde se conservan las cosas importantes: en el corazón del ser humano. Fue escrita por un cardenal valiente, con las ideas claras, sin miedo al qué dirían y con el criterio firme de tratar siempre a la persona por encima de todo con amor, comprensión, justicia y una proximidad cálida al margen de sus circunstancias. Leemos esta semana un titular en todos los medios de comunicación: “El papa Francisco autoriza a personas transgénero e hijos de parejas homosexuales a ser bautizados y a ser padrinos”. Recuerdo hoy a aquellos dos señores que hace tantos años tuvieron que sufrir la censura, la incomprensión y el odio de muchos bautizados. Dos señores que no necesitaban de ninguna promoción especial. Dos señores, sí. En la mesa, en el saludo casual, en las formas, en el fondo, en la actitud, en el recibir y en el despedir. Aquella carta de aquel cardenal llegó veinticinco años antes de que un Papa pusiera ciertas cosas en su sitio. A la velocidad que la Iglesia considera oportuna, sin duda. Lecciones y presiones interesadas del exterior, las justas. ¡Claro que pueden y deben ser bautizados! ¿Por qué dos señores casados no pueden rendir culto al Señor procurando su realce? La libre condición sexual nunca es un escándalo. Podrán serlo las conductas, pero con independencia de esa condición. La persona está por encima de todo, palabra de un gran cardenal.
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