Los incendios imaginarios

A veces nos gustaría ser más realistas, mandar a paseo esa imaginación absurda que nos juega malas pasadas

15 de abril 2023 - 01:45

Hace unos días provoqué un incendio terrible, una soberana catástrofe. En realidad no fue así, no se asusten: aquello sólo ocurrió en mi cabeza, en esa inventiva descontrolada que se niega a concederme el tedio e idea las aventuras y los incidentes más insospechados. Iba al trabajo caminando, como hago siempre, y una tenue bombilla de inseguridad parpadeó en mi pensamiento. ¿Y si me había dejado la plancha encendida? Quise apartar ese temor, como uno se afana en alejar una mosca de un manotazo, pero a medida que proseguía mi paseo mi cerebró empezó a tomarse en serio esa posibilidad, esa bombillita de duda fue creciendo y adoptando las formas de la luz impactante, y estruendosa, de la sirena de un coche de bomberos. ¿Y si realmente no había desenchufado aquel aparato? ¿Y si por mi inconsciencia y mi despiste el vecindario acababa siendo pasto de las llamas? (Les confieso que siempre había querido usar esa expresión, pasto de las llamas, y no había tenido la oportunidad de hacerlo hasta ahora). Una vez una señora inglesa que se apedillaba Poole, mi segundo apellido, nos relató la historia de la familia, y en la crónica había dos hermanas, una de ellas pianista, que habían muerto en el fuego. No podía permanecer impasible, tenía que volver a mi piso si no quería desencadenar otra tragedia: cada paso nuevo que daba se me aparecía un rostro desencajado, más propio del expresionismo alemán que de la vida, envuelto en una aparatosa humareda, y todo por mi culpa. Así que tuve que desandar apresurado el camino, instalado ya en la taquicardia, para comprobar que no la había liado. Por supuesto, al llegar a mi casa la plancha estaba apagada, pero por un momento me pareció vislumbrar que en su parte metálica esbozaba una sonrisita malévola y pensaba que a menudo pringado tenía de dueño. Y por un momento estuve a punto de darle la razón...

Así es la vida de los que andamos en las nubes, de los que no nos fijamos en los movimientos que tomamos en el día a día. Por eso de andar abstraídos creemos que no hemos cerrado el grifo al lavarnos los dientes, y que nuestra vivienda estará inundándose; que hemos dejado la llave olvidada en la cerradura y que algún ladrón se habrá llevado ya las pocas pertenencias de valor que conservamos... A veces nos gustaría ser menos fantasiosos, más realistas, mandar a paseo esa imaginación absurda que tan a menudo nos juega malas pasadas, pero luego llega un lunes gris que invita a la depresión, y nuestros cerebros adornan el mundo con su capacidad para fabular, despliegan su alfombra voladora y te alejan... y nos decimos que ya seremos prácticos en un futuro.

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