¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
La aldaba
Cuando estalla un escándalo como el del viernes, día en que el tal Aldama cantó La Traviata por la mañana y salió de la cárcel por la tarde (que la Justicia cuando le interesa es más rápida que Santa Marta de vuelta) muchos se miran a sí mismo, a su entorno, al pasado reciente y a todo es que ha prescrito para las leyes, pero no para la ética. Que la ética no prescribe. O prescribe con otros plazos. ¿Se imaginan que aquí, entre nosotros, hubiera una especie de Aldama que tuviera las pruebas para volver loco a un gobierno? Que manejera asuntos de dinero, viajes y cuchipandas. Que supiera más que todos ellos y que todos nosotros. Que no hubiera respuesta ni defensa posibles, que demostrara que quienes fueron votados por su supuesta vocación de servicio público (tururú) tras sacrificar sus importantes trabajos lo hicieron por pura ostentación de poder sin menoscabo de sus rentas, que se hubieran vuelto majaras con la lluvia de euros públicos que manejan los grupos políticos, que hubieran pagado con dinero público gastos cuando menos reprobables o vinculados a las intrigas por el poder. Que se hubieran usado recursos del Estado para asuntos indebidos. ¿Se imaginan que todo eso que siempre ocurre en Madrid, en los límites de la M-30, hubiera ocurrido alguna vez en Sevilla? Cuando ardió Notre Dam, muchos miramos a la Catedral de Sevilla. ¿Eso puede ocurrir aquí?
Visto el pájaro de Aldama, los delitos que ha reconocido y cómo se las gasta el tipo, que ahora estrena una colaboración permanente con la Fiscalía, no nos extrañaría que algún día se abriera la Samsonite con la documentación sobre tantos y tan variados aspectos que han afectado a la gestión de esta ciudad en los últimos quince años. Nos ha librado que Sevilla es aliada del silencio, del no te señales y del para qué te vas a meter en nada. Pero en la época de los excesos, todo cabe en un momento dado. Puede haber algún cable pelado suelto, algún elemento incontrolable, alguien con quien se hizo negocio y al que se le dejó una diócesis muy pequeña del pastel y sin ni siquiera el premio de la cereza escarchada. O simplemente alguien dispuesto a trabajar en lo suyo. Recuerden que aquí defendemos que el sanchismo se ha hecho transversal, no es solo patrimonio exclusivo del inquilino de la Moncloa, el que, por cierto, protagoniza un documental infumable a mayor exaltación de un tipo que demuestra un exceso de ego hasta en los andares. No pierdan un minuto en verlo porque es un baño de narcisismo de baja estofa. Un castigo. La ética no prescribe, Aldama puede crear una moda, tener sus imitadores... El que tire de la manta que esté dispuesto a pasar frío. Pero en Sevilla tampoco hace tanto, ¿no?
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