La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Minerva, la diosa del gobierno local
Qué buen presidente de la Generalitat hubiera sido Salvador Illa si el precio de su investidura no fuese inasumible, no alto, sino intolerable, pero qué diferencia con los tarumbas anteriores. El hombre que reza una oración escrita por él mismo todos los días, aquel que se define ideológicamente como un humanista cristiano sabe de la piedad que encierra el consejo moral de doña Concepción Arenal sobre la compasión y la justicia –piedad con el condenado, persecución del delito–, lo que le ha permitido recibir sin remordimiento alguno a Jordi Pujol, despojado del cargo de molt honorable por sus corruptelas y rehabilitado ahora de facto por el presidente socialista. Quienes aborrecemos los enfrentamientos posicionales, la polarización afectiva y toda esa inmundicia tóxica de las trincheras, agradecemos estos gestos de reconciliación entre contrarios, la compasión con el hombre anciano, sin que ello suponga minusvalorar todo de cuanto negativo hizo y, en especial, su diseño de adoctrinamiento de Cataluña. Su obituario tendrá muchas caras.
Juanma Moreno nunca recibió a Susana Díaz, aunque sí ha reconocido a Rafael Escuredo con un galardón y a José Rodríguez de la Borbolla con una membresía en el Centro de Estudios Andaluces. Tiene pendientes a Manuel Chaves y a José Antonio Griñán, exonerados ahora por el Tribunal Constitucional, pero lo que interesa de Illa no es su tributo al pasado, sino su gira por el resto de las comunidades autónomas, porque eso supone un reconocimiento de los otros.
Cuando José Montilla fue presidente de la Generalitat, siempre concedió a el Día de Córdoba la entrevista que le demandábamos. Montilla había nacido en Iznájar, pero no creo que sólo fuera lo sentimental lo que le llevaba a romper ese silencio que le procuró el apodo del Mudito entre los periodistas catalanes, sino su interés en que Andalucía conociera la encrucijada hacia la que se dirigía Cataluña. De todos los presidentes de la Generalitat, fue el único que no contribuyó al catalanismo totalitario que impuso Pujol.
Salvador Illa visitará en los próximos meses las demás comunidades autónomas, se reunirá con presidentes, con empresarios, con líderes de opinión, habrá oportunidad de que alguien, por fin, explique en qué consiste y qué pretende ese nuevo fuero, y él podrá escuchar todas las demás razones de los contrarios. En su día lo hizo Pasqual Maragall y Josu Jon Imaz. Qué gran presidente sería si, en efecto, el precio no hubiera sido inasumible.
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