La ciudad y los días
Carlos Colón
Nunca estuvieron todos
Ningún periódico de difusión nacional llevó ayer a portada siquiera una llamada sobre el final del histórico viaje del papa Francisco a la República Democrática del Congo y Sudán, y sus valientes discursos. Periódicos hay que han dado con generosidad portadas a los (repugnantes) escándalos de pederastia en la Iglesia, pero ninguna a este viaje. Que han hecho lo posible por crear una guerra Ratzinger-Francisco, pero casi nada han escrito sobre esta otra guerra contra la indiferencia, la injusticia, la opresión, el hambre y el sufrimiento. Que engordan titulares sobre lo que el papa dice acerca de los gays o la moral sexual, pero ignoran este viaje en el que un anciano de 86 años, con problemas de movilidad, va allí donde es más necesaria la denuncia profética. Esto no interesa.
Se leía ayer en todas las iglesias del mundo el Evangelio del quinto domingo del tiempo ordinario: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo...". Se leía aquí, ante los soberbios altares barrocos de las iglesias del centro, en las parroquias modernas de los barrios más o menos acomodados y en las de los barrios empobrecidos o marginales. Se leía donde todo son facilidades y comodidades para la práctica religiosa y donde hay que caminar kilómetros para poder asistir a misa o ser cristiano supone asumir riesgos que incluyen el secuestro y el asesinato: según la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada 360 millones de cristianos viven en tierras de persecución y entre 2021 y 2022 fueron asesinados 8.000 cristianos y más de 100 religiosos, secuestrados o asesinados.
También leyó este Evangelio el papa Francisco en Yuba, Sudán del Sur, en la misa con la que puso fin a su "peregrinación ecuménica de paz" a este jovencísimo y martirizado país y a la República Democrática del Congo. Y dijo en su homilía: "Nosotros cristianos, aun siendo frágiles y pequeños, aun cuando nuestras fuerzas nos parezcan pocas frente a la magnitud de los problemas y a la furia ciega de la violencia, podemos dar un aporte decisivo para cambiar la historia. Jesús desea que lo hagamos como la sal… Ustedes son la luz del mundo, la luz verdadera que ilumina a cada hombre y a cada pueblo, la luz que brilla en las tinieblas y disipa las nubes de cualquier oscuridad". Lo dijo conmovido por los testimonios de sufrimiento, valor y generosidad que había presenciado. Pero esto no interesa.
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