¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Un mínimo espacio urbano rotulado desde el siglo XVII como plaza del Buen Suceso pervive dignamente en el centro histórico de Sevilla, conocida también como de la Calceta debido al gremio de calceteros de la zona y de la Castaña por un mesón del mismo nombre que allí existía. Se sitúa en el antiguo barrio de la Morería, donde reside en el bajo medievo buena parte de la exigua población mudéjar que permanece en la ciudad tras la conquista cristiana. La plazuela se asemeja a un ensanche triangular entre las callejuelas Ortiz de Zúñiga, Escarpín y Mercedes de Velilla en la primitiva collación de San Pedro, detrás de la plaza del Cristo de Burgos en su flanco de poniente. Su enjuta calzada central y los bordillos del acerado son de adoquines graníticos de Gerena, sin bancos para descansar, sin tráfico rodado, tranquila a pesar de hallarse cerca de enclaves bulliciosos como son la calle Imagen o la plaza de la Encarnación.
La existencia en el lugar de la asombrosa iglesia del Buen Suceso da título a la plaza, único resto del antiguo hospital de convalecientes del mismo nombre fundado hacia 1636 por la desaparecida congregación de los Hermanos Obregones tras su llegada a Sevilla. Construido sobre un solar ocupado en épocas pretéritas por casas destinadas a molinos, tahonas y gente de mal vivir, el complejo conventual -con sólo cuatro monjes en la actualidad- pertenece desde finales del siglo decimonónico a los PP. Carmelitas sin descalcez, única sede que mantiene en la ciudad. La iglesia fue construida entre finales del siglo XVII y comienzos del siguiente, debiendo posiblemente su traza al gran arquitecto del barroco hispalense Pedro Romero. De planta rectangular, una sola nave y raíz basilical, presenta seis pilares constituidos cada uno por cuatro columnas de jaspes de distintos colores de Morón de la Frontera sobre plintos, labradas en el taller de Pedro Roldán; los jaspes brillan también en columnas del presbiterio y en los zócalos. Templo de conjunto sorprendente que recuerda a la capillita de San José -diseñada por Pedro Romero-, conjuga un exuberante barroquismo con serenos elementos renacentistas: capiteles dórico-toscanos, cimacios, arcos de medio punto, bóveda vaída... Una joya artística única olvidada por muchos, necesitada de una urgente restauración, que alberga hermosas pinturas murales y obras relevantes de Martínez Montañés, Alonso Cano y Domingo Martínez.
Junto a la sencilla portada eclesial de ladrillo visto sobre sillares de piedra, dos naranjos agrios ofrecen su ímpetu vital, su verdor perenne y el hálito mágico de la arrobadora fragancia de su azahar primaveral a una humilde plazoleta con ansias místicas, al igual que ocurre en las recoletas barreduelas de Santa Marta o de la Escuela de Cristo. Los rincones históricos de Sevilla parecerían muertos sin unos árboles que se integran en su entorno monumental buscando la luz entre sus apretados muros como seres orantes que suplican protección a la divinidad.
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