¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Cuando Pedro Sánchez baja la cabeza y ofrece diálogo cada vez que lo embiste y lo humilla la delegada de Puigdemont en el Congreso de los Diputados está pagando su gravísimo error de haber depositado la gobernabilidad de España en un partido nítidamente antiespañol. No lo digo yo. Ellos son los que repiten con fanfarronería fanática que para que a Cataluña le vaya bien a España debe irle mal, y en ello ponen todo su empeño, medios y tiempo. Sobre todo, sus siete votos, siete.
Esto funciona así desde el principio. Desde que Pedro Sánchez perdió las elecciones generales de 2023 y entendió que si quería seguir gobernando tenía que privilegiar los siete escaños de Junts por encima de los más numerosos de sus otros socios y aliados. Porque, los pobres, estaban más necesitados: presos o exiliados por algo tan corriente como intentar cargarse la Constitución.
De ahí vino todo lo demás. Empezando por lo que jamás debió suceder, que fue darle a un prófugo categoría de interlocutor del Estado democrático (ni siquiera se le obligó a colocar de negociador a otro militante de Junts no implicado en delito), negociar con él de igual a igual, aceptar una intermediación internacional como si hubiera un conflicto bélico, rendirle pleitesía en Ginebra y, sobre todo y especialmente, darle todo lo que ha ido demandando sucesivamente. Sánchez le ha dado la amnistía, ha hecho lo que ha podido para que el catalán sea lengua oficial en la Unión Europea, ha aceptado que no se grave a las poderosas empresas energéticas –bien es verdad que a otros aliados les ha prometido lo contrario–, no rechaza debatir el traspaso de competencias sobre inmigración, prepara una cita del máximo nivel con el prófugo en Suiza...
Ese es el auténtico problema de fondo: que con Puigdemont no ha habido negociación, sino entrega. Se le ha dado al más grotesco enemigo y el agente más tóxico de la política española todo lo que ha ido pidiendo según conviniera a cada momento, sin exigirle nada a cambio (sólo los siete votos para la investidura y una esperanza precaria de que también sirvan para los Presupuestos). Ni siquiera la elemental promesa de los amnistiados de que no volverán a delinquir. Al contrario, el Gobierno ha asumido el relato infame y falaz de la Justicia corrupta contra Cataluña.
Lo malo del chantaje es que el chantajista siempre exige más. Se crece con el éxito. Con la debilidad del chantajeado.
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