La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Gómez Piñol, maestro, persona y personalidad
Los sentimientos existen antes de ser nombrados. Corresponde a la literatura, la filosofía y la religión ponerles nombres, a veces propios y a veces genéricos. Y al arte, representarlos. El dolor inherente a la existencia, la pesadumbre abrumadora, el más completo abatimiento, la total desesperanza, fueron puestos en palabras, antes que por nadie, por los judíos. Lo hicieron en los salmos, en Isaías, en Job o, de forma estremecedora, en el Eclesiastés –“considero más felices a los muertos, que ya no existen, que a los vivos que todavía viven; y pienso que todavía es más feliz quien no ha existido”– que se anticipa a los nihilistas y a los existencialistas, a Kierkegaard, a Sarte o a Camus. Eso sí, en apertura problemática, a la vez que segura y confiada, a Dios. Es lo que se consuma en la imagen escandalosa de Dios torturado y crucificado.
El arte ha representado a este Dios sufriente desde el gótico. El sufrimiento físico –espinas, latigazos, clavos– es fácil de visualizarse. Mucho más difícil es representar el sufrimiento moral que ninguna imagen sevillana expresa con la abandonada desesperanza con que lo hace el Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia, más allá de todo consuelo humano y de toda ayuda divina: Dios abandonado de sí mismo para que no haya dolor humano, angustia o pesadumbre que Cristo no haya compartido, para que el más miserable y desdichado que ya nada espera ni de los hombres ni de Dios encuentre un divino compañero. El que según el Credo descendió a los infiernos, descendió también al infierno en la tierra de la absoluta desolación y el total abatimiento, del sinsentido.
Una paradoja, ciertamente. Como lo es que esta tan antigua, modesta y tosca imagen anónima hecha con paños encolados tenga tanta unción sagrada. La maestría, por supuesto, es esencial en la creación de las imágenes. Pero solo si se ordena a la devoción. Asombra la Piedad Vaticana, pero, ¿quién le reza? En cambio, qué fácil es rezarle a esta pequeña y formalmente imperfecta imagen que nos conmueve hasta las lágrimas. Y no por la cruda representación del dolor físico, vean su espalda torturada, sino por la del dolor moral. ¡Esta cabeza, tan abatida! ¡Esta mano en la mejilla! ¡Esta mirada perdida! Entonces, ¿a qué llamamos perfección o imperfección? Hoy está en besapié esta paradoja humana, religiosa y artística llamada Humildad y Paciencia.
También te puede interesar
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Gómez Piñol, maestro, persona y personalidad
Cuarto de muestras
Carmen Oteo
Ruedo ibérico
Quousque tandem
Luis Chacón
Religiones de Estado
El salón de los espejos
Stella Benot
¿Les importan las fotos?