El hostelero contento

27 de noviembre 2024 - 03:08

Por Canal Sur Radio, con las claras del día, el vicepresidente de los hosteleros de Sevilla muestra su contento. Debe ser verdad que todo nos polariza: su éxtasis es la amargura de quien esto escribe. Para la Magna, asegura el subintendente del lobby, no hay ya hoteles disponibles para acoger el gran cólico de religiosidad popular que se aviene (hay quien secretamente invoca a Tláloc, el dios mesoamericano de la lluvia, y quien canta el viejo temazo Dios de la lluvia de El Último de la Fila). Así y todo, como pórtico al día de autos, el portavoz agradece que las calles, con sus bares y pandémicos veladores, estén atestados gracias a la bacanal de los precios del Black Friday, que antecede al encendido de las chiribitas navideñas.

Para rematar, el hostelero contento parece haber leído todos los libros de autoayuda que ofrece el ahora supermercado de Casa del Libro. Dice que la pandemia nos ha enseñado que la vida es apenas un suspirillo, un hálito del tiempo, lo que nos hace ser ahora más disfrutones y hedonistas. De ahí la ayuda clave, entre otros alicientes espirituales, de los vuelos baratos a tutiplén. El discernimiento de este hombre es una muestra del desencaje en el que unos pocos habitamos.

Uno se pregunta si hay motivos para la alegría hosteleril o más bien para la misantropía armada de cardinal paciencia (dan ganas de armarse menos metafóricamente). El Black Friday llena de globos negros las tiendas y comercios como cogollos de unas extrañas pompas fúnebres (las de servidor y compañía). No sería raro que el próximo año la bella Virgen de Todos los Santos de Omnium Sanctorum saliera en noviembre con un rompedor exorno de globos negros. El Black Friday es pues la antesala del encendido navideño, mientras la luz de oro en el pesebre, con el correr del adviento, se irá atenuando en su nadir hasta el apagón total por Nochebuena. Visto lo visto, otro año más el hermoso cuento de la muchacha encinta de Judea se nos quedará a oscuras. El niño que fuimos, el que visitaba belenes y sentía escalofríos observando el pavoroso moco rojo y rugoso de los pavos, nos abandonó hace tiempo. Hoy sólo regresa como niño expósito, aunque ahora todo lamento propio resulta ridículo y falto de pudor.

Por fortuna –y algo es algo– uno está a salvo de las zambombas de Jerez. ¿Amargado? ¿Quejicoso? ¿Mala vejez? Pues no tanto. Gracias también a Canal Sur Radio, a uno se le van los pies escuchando a diario los anuncios zumbones de Pipas Reyes y de Lejía Tres Sietes con su rumba popera. No son villancicos, pero algo de luz traerán sobre el apagado pesebre.

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