La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La generación del pico y la pala
El éxito del mapping en Sevilla durante las Navidades del zoidato tuvo la misma raíz que el de las procesiones: era un espectáculo para pobres. Sólo hay que ir y ver. Cero euros. Como mucho unas pipas, ambrosía del pueblo soberano. Zoido, que más allá de sus defectos tuvo que lidiar con un Ayuntamiento con las arcas secas debido a la gestión socialista y la crisis económica, se sacó de la manga aquel colorín con el que las familias, entre el autobús y el paseo por la Avenida de la Constitución para ver las bombillas, echaban la tarde sin que el bolsillo sufriese demasiado. Bonobús y Kelia. Pero dejó una lamentable tradición, la de los shows de luminarias eléctricas en sus más diferentes versiones. El último ejemplo es Naturaleza Encendida, el espectáculo de luces alucinógenas que convierte los jardines del Alcázar en una especie de mal viaje de LSD. Entre el Sueño de Polífilo, con el que Europa entró en la jardinería de la modernidad, y esta pesadilla lisérgica de hippie californiano hay un largo camino, el mismo que separa la belleza del horterismo.
Tiene razón la siempre polémica y cuestionada Comisión Provincial de Patrimonio al pedir “una profunda reflexión” sobre los usos del Alcázar, tal como contó en este Diario Juan Parejo. Pero más razón tendría si esa misma “profunda reflexión” la hubiese realizado el propio organismo antes de autorizar dicho espectáculo, más propio de Joy Sherry que de uno de los grandes jardines históricos de España. La lista de asuntos por la que habría que castigar al “rincón de pensar” a la Comisión de Patrimonio es interminable.
Los monumentos sevillanos, al igual que los de todas las ciudades turistificadas, sufren un estrés crónico debido a su uso intensivo y masivo. Como reconoce la propia dirección del Alcázar, Naturaleza Encendida tuvo el año pasado 170.000 espectadores. Ellos lo dicen sacando pecho, pero es precisamente ese gran éxito, unido a la horterización del bien, lo que hace preocupante un espectáculo que sobrecarga claramente la morada de los reyes sevillanos. Al igual que hoy es imposible encontrar a Dios en la Catedral de Sevilla, por lo menos en las zonas invadidas por el turismo de pago, hemos perdido la capacidad de disfrutar del sosiego y la penumbra de un conjunto palatino donde, hasta hace sólo unos años, se podía ir a leer tranquilamente, como si estuviésemos en la mismísima glorieta de los Machado del Parque de María Luisa antes de que se inventase la sierra eléctrica de los jardineros.
También te puede interesar