Notas al margen
David Fernández
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Calle Rioja
La Cartuja de Santa María de las Cuevas es siempre un Descubrimiento. No en vano en ella pernoctó Cristóbal Colón y cinco siglos después acoge el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (el capicúa CAAC en sus siglas) que está en la Avenida Américo Vespucio. Si Magallanes y Elcano se repartieron la gloria de los océanos, el genovés y el florentino comparten el simbólico firmamento de un continente que ya era contenido. En virtud de una eficaz sinécdoque, todo el recinto de la Exposición Universal de 1992 se conoció y se sigue denominando como la Cartuja. La Isla de la Cartuja, Ínsula Barataria de un sueño quijotesco.
Llegamos por la Pasarela de la Cartuja, porque el aura cartujana, que suena a caballos de pura raza, se extiende hasta Torneo, al otro lado del río Manso, el reverso de la bravura del western de Howard Hawks. Un puente que figura en el Guinness como el más esbelto del mundo. Accedemos por la puerta trasera, que todavía recuerda los tiempos que fue fábrica de cerámica Pickman.
Acaban de cambiar las taquillas, pero el encanto sigue siendo el mismo. El hombre-orquesta de Curro González es como el jardinero del recinto. El guardián en los centenarios. Dice el refrán que a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija. Es uno de los tesoros de la Cartuja, una obra de arte de la naturaleza. El árbol se llama Ombú o Bellasombra y pese al refranero un cartel advierte de su vulnerabilidad y desaconseja acercarse demasiado a sus raíces. Un árbol que ha conocido las dos exposiciones de Sevilla, la del 29 y la del 92, capicúas como el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Bellasombra me traslada a Belle Ombre, nombre de la casa donde Tom Ripley, la maravillosa creación literaria de Patricia Highsmith, guardaba todos sus secretos y disfrazaba de elegancia y delicadeza una vida acostumbrada a convivir con la turbiedad y la zozobra. La vida misma. Bella sombra, el contrapunto de la mala sombra, que incluso dio nombre a unos hermanos taimados que hacían las delicias de los niños que seguían por televisión a los Chiripitifláuticos, tiempos de Roma y Cartago: el tío Aquiles, Locomotoro, el capitán Tán y Valentina.
En uno de los patios nos cruzamos con Faustino Escobar. Es coordinador de montajes y está en el CAAC desde 1997, ya ha cruzado la barrera de sus bodas de plata. Recientemente se ha producido un cambio en la dirección, a la que ha llegado la gaditana Jimena Blázquez en sustitución de Juan Antonio Álvarez Reyes. El relevo se produjo coincidiendo con la antológica sobre Estampa Popular, un impactante movimiento artístico que alentaron como herramienta antifranquista Paco Cortijo, Cristóbal Aguilar y Paco Cuadrado.
Entramos en la antigua cartuja. San Bruno era el patrono de los cartujos y es el nombre de la panadería de Pepe, un histórico local de la calle Feria. Remembranza y resignificación. Son las dos palabras que presiden la exposición de Malgorzata Mirga-Tas, una polaca nacida en
Zakopane en 1978, el mismo año que su compatriota Karol Woyjtila fue nombrado sucesor de la cátedra de Pedro como Juan Pablo II. Es una muestra que no te deja indiferente. La crónica de una diáspora, la del pueblo romaní al que pertenece la propia artista, que utiliza el arte para combatir “los estereotipos impuestos” propiciando lo que llama “narrativas desde lo subalterno”. Ella misma pertenece a ese pueblo y buena parte de lo que puede verse en la Cartuja representó a su país, Polonia, en la Bienal de Venecia de 2022. Una marcha que en términos literarios o religiosos se ha llamado Anábasis (como la obra de Jenofonte) o égira (los que todos los años van a la Meca).
Este año que celebramos el centenario del nacimiento de Pedro Roldán (1624-1699), presente en la antológica del Museo de Bellas Artes y muy pronto en las calles de Sevilla con algunas de sus obras maestras de imaginería, hay un curioso guiño al artista nacido en Antequera. Uno de los tres proyectos de la exposición de la artista polaca utiliza en la antigua sacristía de la Cartuja las molduras que Pedro Roldán diseñó para albergar otros tantos cuadros de Zurbarán que aludían al silencio, la mortificación y la protección.
Si en el resto de la muestra Mirga-Tas se centra en la odisea cotidiana de su pueblo, la larga marcha, estampas familiares como la de su abuela siempre rezando el rosario y rodeada de gallinas, rostros que nos resultan familiares porque todavía hoy los vemos en las puertas de las iglesias, merodeando por los bares, interpretando tristes melodías, diáspora sin fin, en las molduras de Pedro Roldán cambia el tercio. Se mantiene fiel a lo que hubo antes por su “capacidad zurbaranesca de trabajar con las texturas” recurriendo “a los brillos, el encaje y los flecos”. Encajeras de Almagro, Camariñas y Polonia.
Quien visitara la Cartuja el día de Andalucía podría descubrir un curioso tributo a la tierra que ha sido destino de muchos de estos gitanos romaníes. Ha elegido a tres mujeres de tronío. Juana Vargas de las Heras, la Macarrona, fue habitual de los cafés cantantes de Sevilla, Málaga, Barcelona y Madrid. La prensa parisina la bautizó como “la reina gitana” cuando apareció en el álbum ‘Gitans d’Espagne’ del etnógrafo Roland Bonaparte, en el marco de la Exposición Universal de París de 1889.
Herminia Borja es una cantaora vecina del Polígono Sur. Una adelantada a su tiempo, una pionera de muchas cosas domésticas y culturales, como probar el flamenco fusión. La artista polaca se ha inspirado para su trabajo con ella en una fotografía de Aitor Lara, cuyos rostros de personajes populares estuvieron mucho tiempo en la Avenida de la Constitución en el edificio que fue de FNAC.
El tercer retrato completa este cuadro flamenco. Retrata a Manuela Carrasco Jiménez, gitana rubia de ojos azules, acompañada de su hija Cati. El texto que acompaña la obra explica que sin saber leer ni escribir sacó adelante a sus doce hijos. Un retrato familiar “en el que debemos adivinar las continuas negaciones identitarias de una señora que tiene que ocultar parte de su identidad a través de una vestimenta burguesa y que acude a los eventos sociales de su familia no gitana”. La madre es de Zurbarán, la niña parece de Murillo. En el centenario de Pedro Roldán. Igual el ministro de Cultura se inspiró en el comienzo del texto de la exposición para su particular descubrimiento de la pólvora: “Las ‘historias otras’ que emergieron en los procesos de descolonización”. Palabra que viene de Colón, que durmió entre estas paredes que ahora están en la avenida Américo Vespucio, su gran competidor en el nomenclátor de la Tierra Nueva, tan Vieja.
El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo recuerda al museo que jovencísimo dirigió el todavía estudiante de Arquitectura Víctor Pérez Escolano nombrado por Florentino Pérez Embid. La Cartuja sin cartujos ni platos de cerámica cierra a las 9. Salimos por la puerta principal, por la que pasan los autobuses de Tussam: el 2 y el C1. Dentro, hay una especie de parada con tres asientos. No se sabe muy bien si es una instalación o tiene una finalidad práctica. Será la parada del ‘ombús’. Y su Bella Sombra que me trasladó al mundo de Tom Ripley. El amigo americano, puro 92.
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