La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sevilla cambia y evoluciona
Los Reyes Magos me han traído una báscula, puñeteras y graciosas majestades, que además mide la grasa corporal y no sé qué otros índices (acusadores). Antes de estrenarla, dimos cuenta del roscón de Reyes, que es el punto final, redondo, a las comilonas de estos días. El roscón rodó raudo y ahora sólo resta la báscula, esperándome a puerta gayola.
Bascula el año entre yantares y ayunos, y yo estoy con el filósofo Higinio Marín en que ese balanceo esconde una gran sensatez antropológica. El deseo se embrida y se excita (¡a la vez!) con la austeridad y la contención. Si nos pasamos la vida dando gusto a nuestros caprichos, terminamos desordenando nuestros apetitos. Ni deseamos cuando hay que desear ni somos capaces de abstenernos cuando hay que dar de mano.
Pasa con la comida, ejemplarmente. Quien se queja de lo que está engordando en mitad de una cena preparada con muchísimo cariño y esplendor echa un borrón al rito. A mí esa actitud me amarga el polvorón y, como pienso tomármelo, me resulta intolerable. Yo lo quiero en todo su dulzor, sin jeremiadas, que ya vendrá la lechuga. Hablar de calorías mientras se come es un sabotaje a las razones profundísimas por las que las fiestas más importantes se celebran alrededor de la mesa. Hay mucho sacrificio implícito de quien ha cocinado, de quien ha decorado, de quien ha trabajado para ganar el sueldo con el que comprar los polvorones y, por supuesto, está el sacrificio de los alimentos en sí mismos, que es sagrado. Para respetarlo, hay que bendecir la mesa si se cree, y, en todo caso, aplaudir el resultado y hacer la vida agradable a la compañía. Los humanos celebramos que hemos dejado atrás la necesidad. El hambre ha acompañado al hombre toda la historia y el calor de la familia y la amistad son una liberación.
Pero todo ha pasado. Y yo he cumplido desde el primer aperitivo hasta el último brindis como un valiente. Ahora toca la báscula. Y tampoco protestaré, porque los ritos son reversibles y porque los buenos filósofos como Higinio me han explicado que sólo quien sabe privarse sabe disfrutar y viceversa. Por eso, agradezco tanto a los Reyes Magos la dichosa báscula, el índice de masa corporal y la licuadora de verduras. El que protesta del régimen en la cuesta de enero es el traidor porque también fue el que protestó en la cena de Nochevieja. (Aquí sólo se protesta de Sánchez, que atora y engollipa y ni alimenta ni alegra.)
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