
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Vargas Llosa en el Café Sevilla
La aldaba
En Sevilla muchos ensucian y pocos limpian. Es como la reflexión de Ortega sobre la España de las nueve cabezas que embisten y la solitaria que piensa. Hay que procurar resaltar lo positivo para salir del bucle de la negatividad al que nos empuja la tozuda realidad. Hemos dicho bien: resaltar lo positivo. Y no la estupidez del "poner en valor" que lo mismo se dice de la iniciativa privada cuando abre un nuevo negocio que del papel de las hermandades en las obras sociales y de caridad. En pocos días oiremos que hay que "poner en valor" el esfuerzo de los nazarenos que acuden al templo pese a los cielos grises. Es una matraca. En Sevilla hay una brigada específica de la Gerencia de Urbanismo y Medio Ambiente contra las pintadas que debe estar formada por héroes, profesionales que son como valerosos guerreros que se saben derrotados de antemano, pero que trabajan con una vocación y un romanticismo dignos de alabanza. En los vehículos difunden el objetivo del equipo: "Limpieza de pintadas". Y una leyenda inmejorable: "Trabajamos por una Sevilla mejor". Sevilla está amenazada por un afeamiento palmario que destruye el patrimonio histórico (el catálogo de barbaridades es extenso) y las pintadas que convierten las calles del conjunto histórico declarado de la ciudad en covachas de suburbios. Contra lo primero se puede hacer poco. Y contra lo segundo se ha tener al menos el espíritu de Sísifo, condenado una y otra vez a subir la roca por la ladera para que, alcanzada la cima, se volviera a despeñar. Trabajar en la brigada contra las pintadas debe ser como revestirse de Sísifo.
El paisaje urbano parece más atacado que nunca por los aficionados al espray. Dan ganas de acercarse al coche de la brigada y darle a sus trabajadores muchos ánimos, el pésame o directamente un abrazo de apoyo y comprensión. Si la plaza de toros tiene sus areneros que peinan el albero tras el arrastre del toro muerto, la ciudad tiene su brigada contra las agresiones de ignorantes y desahogados que no tienen bastante con los lugares específicos y autorizados para realizar sus grafitis. Hay comercios que contratan a algunos grafiteros en particular para que les decoren sus verjas y evitar nuevas agresiones. Al menos el comerciante se asegura una pintura relacionada con la actividad de la tienda. Y no sufre una y otra vez los churretes asquerosos con los que se encuentra cada mañana. Es como el encargado de obra que sabe quién roba ladrillos y los sacos de cemento por la noche, pero no tiene pruebas. Apuesta entonces por contratar al tipejo para que haga de vigilante nocturno. Asunto resuelto. Es urgente el refuerzo de la brigada contra las pintadas por una Sevilla mejor, que verdaderamente sería mejor con menos guarros y desalmados. Perdidas muchas luchas en la conservación del patrimonio histórico, logremos algunas victorias temporales en la batalla por la estética. Somos de esperanza.
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