Mis hermanos

20 de julio 2024 - 03:07

Ayer estuve a punto de hacerme un Nietzsche. Fue al pasar por el Archivo de Indias y ver cómo el cochero de turno había dejado a su caballo al sol mientras él se refugiaba a la sombra de una jacaranda zangolotina. Eran las cuatro y media de la tarde y el calor era insoportable. Sólo los guiris que paseaban por la Avenida de la Constitución eran capaces de aguantarlo. Algún día habría que hacer un estudio para Nature sobre ese gen de los turistas del norte que los hace resistentes a las olas de calor. Hay algo de injusticia en este hecho, como si los padres del racismo científico tuviesen razón y los anglosajones fuesen superiores a los meridionales bajo cualquier clima. Algo debe fallar en nuestro ADN moro. Tantos siglos al sol y se nos sigue haciendo insoportable la vida cuando los meteorólogos pintan el mapa de la Península Ibérica de color manteca colorá. ¿Para qué nos sirve la morenez si a la hora de la verdad blandeamos como princesas prerrafaelitas?

Estuve a punto de hacerme un Nietzsche, como decía. Ya saben la famosa anécdota del pensador alemán (que como todas las anécdotas probablemente sea apócrifa). El 3 de enero de 1889, Friedrich, al salir de la habitación donde vivía en Turín, vio a un cochero golpeando salvajemente con el látigo a su obstinado caballo. El autor de Así habló Zaratustra se abrazó a la bestia con lágrimas en los ojos. Pues eso hubiese hecho yo con el jamelgo sevillano si no fuese porque mi abrazo habría supuesto añadir aún más calor a su infierno. Con los años uno va perdiendo confianza en la naturaleza humana y ganando amor por los animales. Sé que es una ingenuidad, un sentimentalismo propio de una vieja inglesa. Voy a acabar como esas locas que dan de comer a los gatos callejeros y todo el vecindario desea su muerte. Pero no puedo evitarlo. Si no fuese porque me gustan los chuletones de Ávila, juntarme en los bares con los taurinos o leer libros cinegéticos de Delibes, Luis Berenguer o Alfonso X, ya me habría afiliado al Pacma. Por lo pronto me conformo con militar (culposa y secretamente, eso sí) en el bando de los admiradores de John Gray, aunque en la facción herética.

Los coches de punto de Sevilla (alias peseteros) son parte de nuestro paisaje urbano, pero es un gremio un tanto reacio a la domesticación, como los apaches o los araucanos. Con la ya lejana boda de la infanta Elena, el Ayuntamiento consiguió algunas mejoras permanentes en su policía y vestimenta, pero queda pendiente el que no dejen el estiércol tirado por las calles o cuiden un poco mejor a sus semovientes, mis hermanos. Al fin y al cabo uno es hijo de la gloriosa arma de Caballería.

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