La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Sevilla/Hay gente con guasa mala, pero nunca superior a la que puede gastar la propia vida, un río de meandros, aguafuertes, abordajes y algunos ratos de mar plato. Cantaban los niños las pedreas del 22 de diciembre cuando la vida y sus circunstancias te lanzaban la mayor pedrada: el anuncio de la muerte de Ismael Yebra a los 66 años. El doctor Yebra se crió desde niño sin el calor de sus padres porque así lo quiso Dios. Pero gozó del amor incondicional de su hermano Pepe, que se consagró al trabajo de tabernero para que a Ismael, el hermano menor, no le faltaran las oportunidades. No se puede entender la carrera, la proyección y el brillo de Ismael sin su hermano Pepe. El destino quiso que así fuera, el amor lo hizo posible. Hay otras páginas para ensalzar con toda justicia la altura científica del doctor Yebra, su condición de hombre inquieto, auténtico, sencillo, humanista y discreto, enamorado de su familia, vecino siempre dispuesto a la ayuda, galeno presto a proporcionar la cura, la calma, el diagnóstico, la atención y el dictamen. Pero aquí queremos resaltar el enorme orgullo que sentía Ismael cuando paseaba con su hermano por la Alfalfa, y oía un comentario en voz baja: “Ahí va Pepe con su hermano”.
Hoy veo a Ismael pronunciando su discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina de Sevilla, solemnidad, rito y suntuoso salón de tiros largos. En el sitio preferente está José Yebra, su hermano, el tabernero de la calle Boteros, el hermano de los Caballos y de San Isidoro, el que cotizó 52 años en la Seguridad Social y se entregó a su oficio, entre otras razones para que a su hermano, siete años menor y ambos desamparados de padre y madre prematuramente, no le faltara la oportunidad de estudiar, fundar una familia y hacer de este mundo un rincón más cálido y habitable. Se nos ha muerto Ismael y yo me acuerdo de Pepe, con su mandil, con su hucha donde recoger las propinas que iban siempre a las bolsas de caridad de sus cofradías, con su ojo para discriminar en un plisplás al cliente sobrio del ebrio en esas horas de lenguas gordas y gatos pardos, con esa autenticidad idéntica a la de Ismael, con su devoción natural e incuestionable por su hermano pequeño...
Se nos ha ido un gran dermatólogo porque así lo califican y demuestran quienes entienden de la materia. Nunca perdió la sangre castellana de sus padres a la hora de mirar con prudente y saludable distancia a cierta Sevilla. Lo de menos eran las academias. Ha muerto un orgulloso vecino de la Alfalfa que contribuyó a una sociedad mejor desde su ciudad amada.
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