María José Andrade

Haciendo memoria a la orilla del mar

18 de octubre 2024 - 03:07

Ya lo deja recogido Bisila Bokoko en el título de su libro: Todos tenemos una historia que contar. Sólo debemos estar dispuestos a escuchar porque estas llegan y sorprenden en cualquier lugar.

Y eso es lo que me ocurre a mí. Siempre estoy dispuesta a escuchar en sitios tan insospechados como es la orilla del mar.

El verano se resiste a marcharse como cada año y el otoño convierte sus fines de semanas en un recuerdo en el que caminar por la orilla del mar da para mucho. Da para pensar, para reflexionar, y para cruzarte con numerosas personas en estos días de octubre en los que la temperatura agradable invita a irte a la playa. Y eso es lo que hice. Viajar hasta el mar y recorrer la orilla en la que mientras caminas te encuentras con personas desconocidas pero cuyas caras suelen ser familiares o eso nos parece.

Venía de frente. Hacia mí se acercaba una señora que ya había visto cuando iniciaba mi paseo. Me había fijado en ella porque era elegante. Vestía un bañador negro y una amplia pamela cubría el rostro de una mujer mayor que tuvo que ser bellísima porque aún lo era.

A la vuelta, aparentemente parecía que estaba despistada. Como había poca gente, le pregunté qué le ocurría y con un marcado acento francés me dijo que no encontraba la “señal” que le indicaba dónde había dejado sus pertenencias.

¿Qué señal ha dejado, señora? “Mi marido”, dijo ella. Y continuó “seguro que se habrá subido porque tendría calor”. Y seguimos la conversación con un español suave y elegante que acompañó el relato de la historia de su vida. Una vida que no era sólo la de ella sino también la de su familia y la de todo un país.

Una historia que comienza en el año 36 del siglo pasado en Ronda, cuando sus padres, al inicio de la Guerra Civil, partieron dejando atrás lo poco o mucho que tenían. Recorrieron trescientos cinco kilómetros hacia un destino incierto y en los que las noches fueron días y los días se hicieron oscuros.

Su primera parada sería Almería… Era el fin del mundo conocido para ellos porque allí se embarcarían hacia el exilio. Un exilio que auguraba dolor y pérdida, pero jamás desarraigo. En la travesía sufrieron la muerte de su hijo pequeño (del que nunca recuperaron su cuerpo) y celebraron la vida con la llegada de Ana, su hermana, mientras navegaban hasta Barcelona.

Y llegaron a Francia buscando la paz y que encerró a sus padres en Argelès-Sur Mer, el campo de concentración que “albergó” a más 550.000 refugiados que traspasaron la frontera, y que, como ellos, huían de España. Los años pasaron. Ella nacería en el 45. Con ella llegó la libertad. El régimen nazi era derrotado. El mundo se reordenaba y se reconstruía. Llegaba la paz. Librada es su nombre. Es la voz del hermano muerto. Es la cara de Inés y de Sebastián, sus padres y de Ana y Sebastián, sus hermanos. Librada es la mujer que me trajo la memoria, la historia y la verdad y la que me enseñó, sin ella saberlo, el verdadero significado de la palabra Perdón.

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