¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, escribió Borges, aunque a veces nos guste una canción, añadió Gil de Biedma en un poema que lleva años siendo el himno de muchos, mi himno, aunque a veces nos cambie la canción. La semana pasada algunos de nosotros –nosotras en abrumadora mayoría– fuimos convocados por Eva Díaz Pérez y Salvador G. Solís en La Rinconada, referente cultural sin ninguna duda, en unas jornadas de periodismo cultural que han sido el embrión de un próximo Congreso nacional del asunto. A quién le importa, me preguntaría una cantante muy petarda, digan lo que digan, contestaría nuestro divo nacional, Rafhael, que se ha descolgado contra los bulos negacionistas de la crisis climática, demostrando que se puede ser estrella y no perder la cabeza. No crean que desvarío: la convocatoria tenía que ver con cultura y cultura es música y es conocimiento. A veces creemos que informar de cultura es reproducir la agenda del día en conciertos, proyecciones y espectáculos, si acaso añadir una novedad literaria, pero el espectro es mucho más amplio: nos importa la filosofía, la arquitectura, el patrimonio, la historia y, sin ninguna duda, la ciencia. Un periodista cultural es un todo terreno que cuando se especializa rompe en crítico –o friki según la confianza que le tengamos– como los de jazz o de danza o ya, con todo mi cariño, el universo del cómic y del manga: algo más que un pasatiempo adolescente. En ese primer encuentro, gracias a un ayuntamiento que se toma en serio la cultura, apenas tanteamos el presente de la mayoría de los free lance, la crisis de los medios tradicionales y las tentativas que ofrecen las redes –los estimulantes podcasts de Pérez Azaústre y Pedraz, por ejemplo– aunque sacamos pecho por las estupendas redacciones de cultura que ha habido en Andalucía y los buenos periodistas culturales que, fuera de ellas, siguen ejerciendo. Dejamos para más adelante hablar de los retos de la inteligencia artificial, de las ideas y de las ciencias –¿o Clara Grima no hace cultura?– porque sobre todo nos reconocimos activistas de un oficio que es también una forma de vida. No solemos colocar noticias en portadas ni ocupar apenas un minuto en los debates, pero sabemos que entre tanta palabra –qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua– la cultura permanecerá porque es el hilo invisible que hace de los humanos, humanidad. El resto –las mentiras, las medias verdades, las manipulaciones de una realidad que a veces no tiene quien la escriba– se olvidará, como se olvida a los malos poetas. En cambio siempre recordaremos a los que nos descubrieron esa película, ese libro, esa canción que nos hace ser nosotros, aunque ya no los mismos. Ni falta que hace, también les digo.
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