¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Cuando a finales de la década de los sesenta del pasado siglo se puso en marcha el proyecto de las Tres Mil Viviendas se hizo con el propósito de que constituyera un gueto. Eso sí, un gueto más habitable que el que formaban los asentamientos chabolistas del Vacie o de Torreblanca que pretendió, sin conseguirlo, erradicar, pero un gueto, al fin y al cabo. De ahí surgen todos sus males. Los vecinos que se instalaron allí lo hicieron bajo el estigma de la miseria, la marginación y la exclusión. Y ese es el campo de cultivo en el que, antes o después, surge la violencia. Lo que ha pasado estos días, que desgraciadamente no es un fenómeno nuevo, no tiene otro origen. Como no lo tendrán los episodios que se sucederán en los próximos meses y años.
Sentado esto, sería absurdo obviar que existe un problema de orden público que requiere una respuesta policial. La convivencia en las Tres Mil se ha deteriorado hasta los extremos vistos estos días porque los responsables de las fuerzas de seguridad han pasado de la cuestión. Sea por la falta de medios con las que se ha tenido que desarrollar siempre la Policía en Sevilla, sea porque desde siempre se ha considerado que todo lo que se hiciera en ese territorio era inútil, lo cierto es que se ha dejado crecer a los clanes dedicados al narcotráfico y otros tráficos en casi completa impunidad. Los tiroteos de la semana pasada, con armamento del que no disponen ni los cuerpos policiales es consecuencia de esa dejadez. Combatir a los narcos debería ser una actividad permanente con efectivos sobre el terreno. Disimular con despliegues más o menos espectaculares pensando en los fotógrafos y las cámaras de televisión es como hacer, valga el símil, disparos de fogueo.
Pero esta concatenación de factores –la caracterización de la barriada como un gueto y la falta durante décadas de actuación policial– tienen un origen que debería llenar a Sevilla de vergüenza. La ciudad, sobre todo la que considera que le pertenece por designio divino, no ha querido nunca admitir que las Tres Mil era una realidad lacerante a la que había que meterle mano. Sevilla no ha querido mirar cara a cara a la miseria. Esa era una realidad que estaba mucho mejor oculta bajo las alfombras de la ciudad de la gracia, de la ojana y de los golpes de pecho.
Y así está hoy, con los barrios más miserables de toda España y abriendo telediarios con sucesos como los de la semana pasada. Pero, ténganlo por seguro, nada va a cambiar. Durante un tiempo, corto, llegarán noticias sobre actuaciones policiales y habrá declaraciones rimbombantes sobre actuaciones sociales en el barrio. Pero las Tres Mil seguirá protagonizando sucesos graves porque, por mucho que se quiera esconder, un gueto es un gueto y sus problemas no se solucionan ni con policías ni con parches. Eso lo saben todos los que tienen responsabilidad en el actual estado de cosas y los que tendrían que poner medidas para que la situación diera un giro. Que, miren por dónde, son los mismos.
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