La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
El próximo sábado se cumplen 20 años de los atentados de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Afganistán, que fue el sumidero por donde se fue la Unión Soviética, ha puesto fin a tres décadas en las que Estados Unidos ha sido la potencia hegemónica, desde la caída del Muro de Berlín en 1989 a esta salida de Kabul. Solo Washington, Bush hijo fue a Afganistán para castigar al régimen talibán que daba cobijo a los terroristas de Al Qaeda, pero prosiguió con lo que había sido una creencia de su padre: desaparecido el comunismo como potencia militar y económica alternativa, la democracia liberal y el libre mercado iban a conquistar el mundo. Por eso se quedó en Afganistán, y de ese ímpetu guerrero se fue a Iraq para acabar con Sadam Hussein. Tuvo que mentir mucho para justificarlo. Bush padre estuvo tentando de ello, pero en 1990, después de echar a los iraquíes de Kuwait, dio la orden a sus tropas de regresar cuando estaban a unos pocos kilómetros de Bagdad. Su hijo completó la acción, en una guerra donde España y Reino Unido fueron sus grandes aliados políticos.
Naciones Unidas respaldó la guerra de Kuwait y la de Afganistán, pero no la de Iraq, sustentada en toda esa hoguera de mentiras de las armas de destrucción masiva y los misiles que en media hora alcanzarían Londres. De los supuestos terroristas que Aznar decía que amparaba Sadam.
Estados Unidos tampoco ha ganado la guerra de Iraq, quien salió fortalecido de la contienda fue Irán, era tan débil la administración creada por Washington que a punto estuvo el Estado Islámico de hacerse con la mitad del país. Fueron los chiitas iraquíes e Irán quienes ayudaron a Estados Unidos a parar al Daesh.
Aquella guerra, la de Iraq, fue la que jodió a España, la abrió en canal como la contienda de 1936. O con unos o con otros, una división incipiente que se agravó hasta extremos con los atentados de Madrid del 11-M de 2004, copia del 11-S. Se levantó un muro de incomprensión entre ambas partes que todavía dura, se emplearon métodos ignominiosos, se rompió el consenso aunque fuese una cortés hipocresía nacida de la necesidad de superar la otra guerra. Ya nunca hubo nada sagrado. Ni ETA ni el Covid, quizás el temor a perder Cataluña.
Washington vuelve a sus cuarteles, cambia el eje, se despierta el dragón dormido que temía Napoleón, pero el imperio cultural, en cierto modo heredero de Grecia, Roma, Londres, París y Berlín, sigue siendo el de Estados Unidos. Es preferible morir en una inundación en Nueva York a vivir en Pekín, donde nada libre se mueve.
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