Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
DURANTE la Transición se estrenó una película de Mercero, La guerra de papá, que estaba basada en una novela de Miguel Delibes, El príncipe destronado. Al viejo castellano, una de esas gotas que el jurado de los Nobel de Literatura se deja en el tintero, le había leído Un mundo que agoniza, que era una proclama ecologista de este afamado cazador de perdices, liebres y codornices que en nuestra jerga foodie actual llamaríamos salvajes; esto es, que no se criaron en granjas con el objetivo de repoblar el coto. Delibes amaba la caza porque amaba el campo, dos pasiones compatibles que muchos sabios saben congeniar para disgusto de ese delirio anglosajón que se llama animalismo.
Miguel Delibes, hijo, ex director de la Estación Biológica de Doñana, habló este martes en la Comisión de Fomento del Parlamento andaluz con la sabias palabras de su padre. “Vengo en son de paz, y no sé si porque mi capacidad de indignación se está mermando”, ante lo que definió como “una guerra absurda” que no paraba de engordar y que ya estaba afectando a la imagen reputacional de Andalucía, de España e, incluso, y así lo dijo, a “la paz social” de los alrededores del parque.
Es lógico que PP y Vox no quisiesen que el científico, que no actuó como tal, sino como presidente del consejo de participación de Doñana, no compareciese ante quienes son los ponentes de la ley de nuevos regadíos del Condado, porque su palabra sosegada y certera es más eficaz que los improperios de la vicepresidenta Teresa Ribera, y porque, en términos mediáticos, es un rejón de muerte para la proposición. “Tengan el coraje político de retirarla”, recomendó al PP.
Con la proposición retirada, negóciese posibles ampliaciones, una a una, en el seno del comité de seguimiento del plan de la Corona Norte Forestal. Lo dijo así: “No entienden la palabra consenso y diálogo, me asombra tener que explicar que a los que ustedes les parece bien, a otros les parece mal, que en 2023 tenga que venir alguien a explicar qué es ponerse de acuerdo me abochorna”.
Ya en su turno de preguntas, casi agazapado como un perdigón, levantó el porqué medular de esta ley: quizás, dijo, porque quienes ahora extraen agua de los pozos de modo ilegal, la seguirán extrayendo, pero con un papel que les garantiza que, en el peor de los casos, sólo le caerá una sanción administrativa.
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